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Raúl Martínez SolaresProfesor de la Facultad de Economía de la UNAM

"Una vida cometiendo errores 
es más honorable y más útil que una vida sin hacer nada". George Bernard Shaw, 
escritor y filósofo irlandés.

Los seres humanos, por nuestra propia naturaleza, aprendemos en gran medida con base en la experiencia pasada.Ello implica que aprendemos, en gran medida y de manera irremediable, cometiendo errores.

El error es por tanto inherente a nuestra toma de decisiones —y consecuentemente a nuestras acciones—, sobre todo si se trata de decisiones relacionadas con temas complejos, nuevos o sobre los cuales no tenemos un pleno conocimiento de las variables involucradas.

Muchos son los elementos que demuestran que las personas somos en general débiles en entender ciertos fenómenos y generalmente débiles también al tomar decisiones para enfrentar los problemas que se nos suscitan en momentos inesperados.

Uno de los fenómenos más señalados es que tendemos a privilegiar la información que obtenemos e interpretamos sobre incidentes aislados, por encima de los patrones estadísticos identificables; siempre creemos más a las anécdotas que lo que la información estadística nos presenta de forma clara.

Sin embargo, tratándose de temas financieros, la mayoría de las veces tomamos decisiones partiendo de la premisa de que esas decisiones desde un inicio y siempre serán las acertadas, teniendo un resultado favorable.

Pero muchos son los ejemplos que presenta la investigación relacionada con la economía conductual sobre las limitaciones de nuestras capacidades para reconocer los fenómenos del entorno y tomar decisiones estrictamente racionales que nos beneficien.

TEORÍA DE TOMA DE DECISIONES HUMILDE

En un artículo, publicado en enero por Amitai Etzioni de la Universidad George Washington, se propone una forma de enfrentar este fenómeno a partir de la llamada humble decision-making theory (teoría de toma de decisiones humilde), que parte de reconocer la inevitabilidad del error en las decisiones, pero estableciendo condiciones que permiten acotar su impacto negativo.

La primera es la separación de grandes decisiones en pequeñas decisiones que, en caso de error o que algo no salga del todo bien, pueden ser corregidas sin un impacto trascendente sobre el objetivo final que pretendemos alcanzar.

Estableciendo escalas de control, puedo detectar los errores y corregirlos. Es como si en un viaje largo en vez de emprender el camino y verificar si llegué al final, establezco puntos intermedios para determinar si voy en el rumbo adecuado, permitiéndome hacer las correcciones necesarias y mejorar mi trayecto en el futuro.

Un segundo principio es que partamos de la premisa de que un porcentaje importante de las decisiones financieras que inicialmente tomemos incorporará algún tipo de error, por lo que debemos prepararnos mediante planes de contingencia o cambios de rumbo, sin que ello signifique que debamos abandonar la totalidad del plan.

El principio es mantener reservas razonables sobre nuestra capacidad de lectura de los acontecimientos futuros.

Un tercer elemento es la posibilidad de establecer mecanismos que permitan revertir, de alguna forma, total o parcialmente, las decisiones para que, en caso de darnos cuenta de que hemos incurrido en un error ya sea al calor de una emoción o de un estímulo irracional previo, podamos eliminar o reducir, en lo posible, el impacto negativo de la decisión. Ello permite que, una vez revisada una decisión tomada de forma apresurada, si vemos que es errónea podamos corregirla.

Reconociendo que nos equivocaremos con frecuencia, pero que a la vez podemos minimizar el impacto de los errores, reconocemos también que nuestro bienestar financiero futuro dependerá en gran medida de que aún cuando nos equivoquemos si aprendemos de los errores tendremos una planeación más adecuada.

Pero sobre todo, que siempre será preferible vivir con las consecuencias de los errores, que con el remordimiento de la inacción; la cual sí de manera segura afectara nuestro bienestar financiero futuro y el de nuestras familias.