Redacción Gestión

redaccion@gestion.pe

El ministro de finanzas de Luis XIV, Jean -Baptiste Colbert, creía que "el arte de los impuestos consistía en desplumar al ganso para obtener la mayor cantidad de plumas con la menor cantidad de graznidos". No son sólo los impuestos lo que tiene a las más ricas empresas del mundo quejándose en estos días, sino también la retórica y la regulación.

En momentos en que los países ricos están luchando por generar crecimiento económico, uno podría imaginar que los políticos estarían compitiendo para atraer buenas empresas y estimularlas a crear puestos de trabajo, productos innovadores y ganancias. Sin embargo, los políticos de todo Occidente a menudo se vienen comportando como si las empresas fueran el enemigo.

A raíz de la crisis hipotecaria, el sector financiero fue un objetivo comprensible. Pero los políticos han intentado recientemente buscar más chivos expiatorios, desde empresas de energía hasta gigantes de tecnología, y los cargos contras éstas se han ampliado desde la evasión fiscal hasta ser generadoras de desigualdad. Y a ese discurso le han seguido medidas, sobre todo cuando se trata de impuestos y burocracia. Ésta última está tomando cada vez formas más complicadas. Un estudio del Foro Económico Mundial sobre el tema, realizado en 148 países, sitúa a muchos países de Europa más cerca de la parte inferior de un ranking(España 125, Francia 130, Italia 146). Incluso Estados Unidos cae en la ista elaborada por el Foro.

Los costos de algunas grandes leyes, en particular el Obamacare, están bien contabilizados, pero el "goteo" de normas menos conocidas hacen más daño. Por ejemplo, la Unión Europea está considerando exigir a casi todas las compañías la designación de un oficial de protección de datos para salvaguardar la privacidad de los clientes. El costo sería monumental.

A pesar de las quejas sobre la evasión fiscal, la recaudación de impuestos sobre las ganancias corporativas en los países de la OCDE, apenas ha cambiado en 30 años. Y el impuesto a las ganancias representa menos de la mitad de los ingresos totales que los gobiernos obtienen del sector empresarial; los impuestos sobre las planillas, impuestos sobre la propiedad, impuestos a las ventas y gravámenes ambientales contribuyen también con las arcas estatales.

Los elevados impuestos a las empresas no son un método indoloro para recaudar dinero. Las compañías pasan la factura de los impuestos en forma de precios más altos, salarios más bajos o menores dividendos para los accionistas, que pueden ser incluso los Fondos de Pensiones.

Tampoco las altas tasas impositivas se traducen necesariamente en una recaudación fiscal elevada; el 2012, Irlanda, con su tasa de 12.5%, recibió una mayor proporción del PBI en impuestos a las utilidades que Francia, cuya tasa es del 33%. Cuanto más alta sea la tasa, mayor será la probabilidad de que una empresa busque una forma de no pagarla, o solicite una excepción.

Las altas tasas de impuestos y regulaciones complejas generan una disputa entre las empresas que presionan a los políticos por los mejores acuerdos y las empresas más exitosas pueden no ser las que tienen los mejores productos, sino las que tienen las mejores conexiones políticas. Las exenciones previstas en los códigos fiscales de Estados Unidos se cuentan por miles de millones. Estas a su vez alimenta la demanda de la población de mayores impuestos a las empresas.

Las reglas de la repulsiónDemasiados países occidentales están atrapados en esta espiral. Las soluciones han sido planteados muchas veces por esta revista: bajas tasas de impuestos y mucho menos exenciones, un sistema fiscal que se centre en las personas y no en las empresas, y regulaciones con cláusulas de caducidad. Pero también se requiere un cambio de actitud, especialmente por parte de los políticos. Existen varias áreas desde el desarrollo de una fuerza de trabajo bien calificada hasta la protección de ataques cibernéticos donde las empresas y el gobierno se necesitan entre sí, y deben cooperar. Y, en estos días, las empresas no se quedarán cerca para ser golpeadas.

Los mercados de rápido crecimiento están en el mundo emergente, como también varias de las crecientes y gigantes empresas. Pocos ejecutivos franceses -por no hablar de los chinos – inician un negocio multinacional a partir de cero en París.

Las grandes empresas no abandonan un país durante la noche, sino que transfieren gradualmente ideas y trabajos a los países más amigables. En estos días los gansos empresariales que son desplumados en exceso no solo van a graznar: van a volar.