Periodista
Hasta el 30 de setiembre del 2019 vivimos un proceso político que se caracterizó por un enfrentamiento constante entre oficialismo y oposición, mayorías y minorías.
En muchos casos esta relación se definía en función de las similitudes o las diferencias ideológicas, las bases de respaldo, de las políticas o acciones de gobierno, de las políticas y medidas económicas o de los intereses partidarios electorales.
La polarización se fue acentuando, los “antis” fueron dominando el escenario político, hasta que llegamos al momento en el cual las consideraciones ideológicas, programáticas, económicas o de cualquier otra índole dejaron de importar, y solo se buscó el arrinconamiento y la caída “del otro”.
Antes de llegar a los extremos, la existencia del oficialismo y la oposición política, de mayorías y minorías, de bloques distantes y hasta antagónicos, permitía no solo que las corrientes ideológicas y políticas tuvieran cierta representación; que se produzca un debate político y económico que quizás fue decayendo en calidad pero que permitía confrontar ideas y medidas; o que se plantee una suerte de control político que fue desvirtuándose; sino también que se dé una tensión política que obligaba a pensar mejor las medidas o a tratar de negociar para evitar que las cosas vayan al extremo o sin rumbo.
Hoy se da una situación curiosa. No hay oposición política. Hay oficialismo y “congresismo”. Ambos van en vías paralelas, a veces se encuentran en su trayectoria, pero luego de un pequeño roce cada uno vuelve a lo suyo. No hay confrontación, hay paralelismo y competencia.
El oficialismo no tiene oposición. Y el “congresismo” tampoco. La única vez que el Congreso debatió y criticó la política y las acciones del Gobierno fue en la sesión virtual en la que terminó dándole el voto de confianza. Y las únicas veces en que el oficialismo critica al Congreso es cuando este no aprueba o trata de modificar las reformas políticas del presidente. Después, cuando se trata de leyes, se observan muy pocas, y si el Congreso insiste ahí queda la cosa.
Antes, los ministros debatían, discutían o trataban de llegar a un consenso con las comisiones o con la Mesa Directiva para defender proyectos de ley o para evitar leyes sorpresa o contraproducentes. El MEF tenía un peso específico y podía hacer contrapeso. Hoy eso no sucede más.
Y a la inversa, el Parlamento conversaba o discutía con el Gobierno o con cada ministro para apoyarlo en las normas urgentes o frenarlo cuando se trataba de gruesos errores o posibles excesos. Hoy, cada uno hace lo suyo.
Dentro del mismo Congreso no se puede identificar bloques, no se puede identificar quienes apoyan al oficialismo y quienes prefieren hacer oposición. O quienes son una tercera posición. Es más, ni siquiera se puede señalar a una bancada como representante de un partido político o de una línea ideológica. Y la prueba más clara la dio el pronunciamiento de algunos líderes de Acción Popular llamándole la atención a su bancada por sus proyectos y posiciones políticas.
Lamentablemente, no hay partidos políticos reales y por ahí no habrá tampoco contrapeso o soporte.