(Foto: GEC)
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Economista, PAD – Escuela de Dirección de la Universidad de Piura

Hace alrededor de 30 años que dispongo del privilegio de ser columnista del Diario Gestión. Si, en ese entonces, se me hubiese propuesto esbozar ideas generales sobre lo que hubiera querido para mi país después de transcurridas tres décadas, hubiera escrito algo así como lo siguiente. Hubiera querido…

Unidad. A partir de la cual los peruanos dispusiéramos de una sola visión para el país y para nuestra economía. Donde los derechos, obligaciones y oportunidades tiendan a ser idénticos para todos.

Institucionalidad. Para no depender de nombres, de iluminados o de caudillos. Donde las instituciones respondan por igual a la demanda de cualquier peruano, sin distingos. Donde cualquier cargo público tenga un término ineludible marcado por la Ley.

Consenso. El consenso empresarial, laboral, político es esencial para disponer de unidad y visión de país. Sin una institucionalidad previa es imposible alcanzar una adecuada representatividad para lograr este consenso.

Calidad de Estado. Donde esté alejado de intereses subalternos de un segmento del frente político y empresarial. Donde no sea un instrumento para generar riquezas mal habidas y de mantención de privilegios, sino un mecanismo de garantía para el bienestar de todos los peruanos.

Mercado Competitivo. Sin ello, seguiremos confundiendo el más bajo de los mercantilismos, con el concepto fundamental de economía social de mercado. Donde los niveles de colusión empresarial o prácticas monopólicas, dejen de ser el mecanismo para maximizar retornos.

Reciprocidad. Todos peruanos deberíamos disponer del derecho a la educación, salud, seguridad, justicia. Todo esto a partir de la creación de un sentido de reciprocidad cuya base sea una verdadera conciencia tributaria, amparada en la asignación de recursos de manera redistributiva, ordenada y transparente.

Trabajo. Debemos disponer de un mercado laboral sin inflexibilidades que limiten la contratación y la formalidad. Los estándares deben alinearse con la práctica internacional sin descuidar los derechos laborales y las pensiones apropiadas en la tercera edad.

Inversión. Donde su origen privado sea destacado y promovido permanentemente, donde se respete la responsabilidad social, la estabilidad ambiental y transparencia de gobernanza en las grandes empresas.

Constitución. Nuestra carta Magna debe disponer de un origen alejado de escenarios de corrupción política, de privilegios y de cualquier satanización a la actividad privada. Su mandato para lograr una verdadera institucionalidad debe ser ineludible y claro.

Libertad. Para que lo mejor de nuestra creatividad y emprendimiento puedan desarrollarse sin limitaciones. Para poder marcar nuestros destinos con un mínimo de respeto a la vida y a los derechos del prójimo.

…han transcurrido 30 años y los temas pendientes en la hoja de ruta son casi los mismos. Ciertamente, debemos reconocer que hemos construido progresos, pero la labor aún es inconclusa. Debemos entender que la única manera de continuar el camino del progreso es a través de la ejecución de profundas reformas estructurales que hagan posible la verdadera democratización económica y social a favor de todos los que habitamos este bendito país.