Antes se combatía la diferencia y se apostaba por la uniformidad. Hoy, gestionar y fortalecer la diversidad no es solo políticamente correcto: es inteligente.   (Foto: iStock)
Antes se combatía la diferencia y se apostaba por la uniformidad. Hoy, gestionar y fortalecer la diversidad no es solo políticamente correcto: es inteligente. (Foto: iStock)

Por Núria Vilanova. Fundadora ATREVIA

Una de las obligaciones de los que nos dedicamos a la comunicación es detectar tendencias. Si hablamos de reputación, debemos poner el foco en identificar y asociar con las organizaciones a las que asesoramos los valores más apreciados por sus potenciales clientes y destinatarios de sus servicios.

Pues bien, hay ocasiones en que esos valores no solo tienen un impacto positivo en la reputación. Además, su aplicación en dentro de la organización reporta numerosos beneficios. Uno de esos valores en alza y que ha llegado para quedarse es la diversidad. Una diversidad entendida como un concepto amplio que abarque género, edad, diversidad funcional, nacionalidad, cultura, formación o identidad sexual.

No es casualidad que las tres empresas que ocupan las primeras posiciones del índice ‘Fortune’, que se elabora conforme a criterios de calidad, desempeño económico, responsabilidad social corporativa y atracción de talento, sean reconocidas mundialmente por su apuesta por la diversidad: Apple, Amazon y Microsoft. Es más, me atrevería decir, que gran parte de su éxito radica, precisamente, en haber incorporado la diversidad como un elemento presente en todos los ámbitos de la empresa.

Pero no hace falta ser un gigante mundial para que la diversidad contribuya a mejorar la productividad, acelerar la innovación, ampliar la visión global de nuestro negocio o acercarnos a nuestros grupos de interés. Cuanto más apostemos por la diversidad, mejor conoceremos la situación de nuestros trabajadores, inversores, proveedores o clientes, y a partir de ahí poder generar sentimientos favorables hacia nuestra organización, y aportar valor añadido a nuestros servicios productos. Y es que la apuesta por la diversidad nos devuelve a ese concepto que todos conocemos pero poco practicamos: la inteligencia emocional.

Si cuando, en estas mismas páginas, hemos hablado de innovación hemos dicho que lo mejor, lo óptimo, no es tener un departamento exclusivo de I+D, sino que toda la empresa adopte una actitud innovadora y el conocimiento fluya entre todos los que la integran, con diversidad pasa lo mismo. Debe estar presente en todos los departamentos y debe impregnar el quehacer de toda la empresa, desde la toma de decisiones a la elaboración de mensajes.

Desde la consultora de comunicación y relaciones públicas que dirijo hemos detectado que no basta con potenciar la diversidad de nuestra organización mediante un sistema de cuotas dentro de nuestro capital humano. Ni elaborar un plan que acabe guardado en un cajón como sucede muchas veces. Insistimos en que es necesario derribar barreras internas, favorecer el debate, adoptar sistemas de toma de decisiones más plurales, y crear herramientas para medir el impacto de la diversidad en los resultados de la empresa. Porque lo que no se mide, no se puede mejorar.

Solo así haremos de la esa diversidad un motor de co-creación, y un factor de competitividad que, entre otras cosas, nos permitirá desarrollar productos diferenciados y personalizados para nuestros diferentes grupos de interés.

Antes se combatía la diferencia y se apostaba por la uniformidad. Hoy, gestionar y fortalecer la diversidad no es solo políticamente correcto: es inteligente. Forma parte de ese nuevo código de valores que, como la sostenibilidad, la transparencia o la solidaridad, inspiran el mundo que palpita este siglo XXI. Por tanto, la diversidad es ya, para todos los que nos dedicamos a la comunicación, una de las claves para tener éxito en la gestión empresarial.

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