Periodista

En los últimos treinta años el Perú atravesó por un proceso que nos llevó de una severa y dramática crisis económica –generada por “falla humana”- a un crecimiento sostenido, y a una “solvencia” que permitió creer que ya teníamos allanado el camino al desarrollo, y que podíamos ingresar a los mejores círculos de la economía mundial.

Sin embargo, en el campo político las cosas nunca cambiaron, y a pesar de que hemos tenido sucesiones democráticas ininterrumpidas por un período importante, no nos han faltado las periódicas crisis políticas –cada vez más frecuentes, fuertes e intensas, por cierto- que han puesto contra la pared –y luego en serios problemas y hasta en la cárcel- a todos los presidentes, y que, afortunadamente, se han podido superar, hasta ahora.

Hoy, una nueva crisis económica, producida esta vez por una combinación de un factor absolutamente exógeno y una “falla humana” –un virus repentino y letal, y las más duras y desproporcionadas medidas para enfrentarlo-, nos han puesto los pies en la tierra y nos bajaron de la nube. Ese crecimiento no era del todo sólido, sostenible, ni inclusivo. Y además, todo aquello que pensábamos que estaba en el “patio trasero” y que creíamos que no era ni visible ni determinante –el enorme mundo informal-, nos enfrentó con la realidad, y nos volvió verdaderamente vulnerables.

En lo político, más de lo mismo. Pero mucho más, más nocivo, y más frecuente. Siempre diciendo que se defiende la democracia y que todo se hace por el pueblo, pero haciendo exactamente lo contrario y con efectos contraproducentes.

30 años después, y pisando ya el Bicentenario de nuestra independencia, volvemos casi al principio, levantándonos de la caída. Cuesta arriba. Buscamos renacer, reactivar, teniendo a los enemigos letales todavía entre nosotros.

Es verdad que en mejores condiciones para remontar, y con un mapa -por actualizar y mejorar- en la mano, por lo menos. Pero con un reto mayor: que ahora sí se puedan sentar bases realmente sólidas y sostenibles a cualquier crecimiento, y que no nos conformemos con “goteos” o “chorreos”, sino que aspiremos a desarrollo económico y también –o sobre todo- social, sin nada en el patio interior.

¿Cómo será 30 años adelante?, Si aprendemos la lección y si de algo nos ha servido este encierro, si apostamos realmente por la implementación de un gran plan de infraestructura, por verdaderas reformas económicas y sociales, y por una real formalización, veo un país con una gran posibilidad de ser, ahora sí, la estrella económica, del continente. Claro, eso si las crisis políticas que seguimos viviendo –que parece seguirán acompañándonos por tres décadas más-, y que hasta ahora no nos han derrotado, no se vuelven lo suficientemente auto destructivas como para echar por tierra todo esfuerzo.