(Foto: Bloomberg)
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Por Alonso Segura y Alfonso de la Torre de Hacer Perú

El desempeño económico del Perú está fuertemente condicionado por factores externos. Durante el superciclo de materias primas (2002-2008, 2010-2011), la economía se aceleró inercialmente año tras año. En 2009, debido a la crisis financiera internacional, el país sufrió una severa pero breve desaceleración. A partir de 2011, en medio de una desaceleración global y menores precios de nuestras exportaciones, el crecimiento decayó gradualmente—tendencia que se profundizó en 2014 cuando la caída de precios de materias primas se agudizó. Finalmente, entre 2016 e inicios de 2018, hemos experimentado una moderada aceleración, junto con otras economías emergentes, en medio de una coyuntura favorable a nivel internacional.

Este repaso de la última década y media es relevante, pues la discusión económica en nuestro país tiende a ignorar la evidencia. Es por ello que no es raro escuchar a “expertos” lanzar afirmaciones tan alejadas de la realidad como que la economía estaría creciendo al 6% si no fuera por trabas generadas desde el Estado. Es cierto que las políticas públicas importan, y los errores se pagan, como lo hemos podido ver en 2016-17. No obstante, debemos ser capaces de identificar condiciones de crecimiento por fuente externa y doméstica, así como saber diferenciar las medidas de corto plazo, que se orientan a mitigar la volatilidad del ciclo económico, de las políticas orientadas a mejorar el crecimiento de largo plazo y reducir nuestra dependencia externa.

El contexto internacional tiene un impacto sobre el Perú a través de dos canales: los precios de las materias primas, que generan mayores rentas domésticas, así como el acceso y costo del país a financiamiento, que influye en decisiones de inversión. ¿Qué podemos esperar del entorno internacional para el 2019? A nivel macroeconómico, hay tres factores que van a delinear el escenario para las economías emergentes como el Perú. De un lado, se pueden identificar las tensiones comerciales entre EE.UU. y China, enmarcadas en una competencia bastante más amplia que involucra innovación y propiedad intelectual. Si bien Trump y Xi parecen haber puesto una pausa al conflicto en noviembre, los incentivos para continuar con las tensiones se mantienen vigentes.

De otro lado, ya se inició el retiro de estímulos monetarios en EE.UU. y Europa. Aunque el creciente pesimismo en EE.UU. y datos macrodébiles en Alemania y Francia podrían conducir a la Reserva Federal y al Banco Central Europeo a proceder de manera más gradual -algo que el primero ya ha dado señales de hacer-, no hay que perder de vista de que esto se debe justamente a una mayor incertidumbre sobre el crecimiento global.

Finalmente, también está en marcha el desapalancamiento financiero en China, con el Gobierno buscando reducir riesgos crediticios en sectores específicos a través de medidas regulatorias. No obstante, en el corto plazo, está forzando una desaceleración. El impacto simultáneo de estas tres fuerzas es potencialmente negativo para los precios de materias primas, que incluyen los metales, y menores flujos de capital hacia economías emergentes.

La incertidumbre tampoco se disipa a nivel regional, con las tres economías más grandes de Latinoamérica enfrentando cada una sus propios retos. Por un lado, los nuevos gobiernos en Brasil y México presentan incógnitas en materia de política económica, pues proponen medidas contrarias entre sí, así como con respecto a sus antecesores. Mientras tanto, Argentina permanece vulnerable a salidas de capitales en medio de creciente ansiedad por la elección presidencial de octubre. En balance, el contexto externo de partida no es favorable.

En el frente interno, hay factores que se contraponen. De un lado, las proyecciones de inversión minera son positivas y estas debería apuntalar un aumento moderado de la inversión privada en otros sectores en la medida en que no escale la incertidumbre externa. Sin embargo, el panorama de la inversión pública es incierto. El aumento proyectado para 2018 responde, básicamente, a un incremento presupuestal sustancial, lo que encubre una ejecución mediocre. Aunque superior a la debacle de 2016-17, el Gobierno nacional aún no logra recuperar su capacidad de ejecución. La estrategia en años recientes de apoyarse cada vez más en transferencias a gobiernos subnacionales es arriesgada dado el próximo cambio en autoridades regionales y locales. Paradójicamente, una Reconstrucción con Cambios con dos años de retraso podría mitigar este riesgo.

En síntesis, el 2019 parte como un año de pronóstico reservado. ¿Debieran tomarse medidas más agresivas de impulso fiscal o monetario? Eso parece prematuro. La incertidumbre ya muestra impactos reales, por ejemplo, en las caídas de bolsas. No obstante, por lo menos por ahora, es mayormente un deterioro del balance de riesgos. Es necesario reconstituir nuestras defensas para estar mejor preparados en caso de una crisis, sea esta de fuente externa o doméstica. La otra gran pregunta es la siguiente: ¿qué se está haciendo para mejorar la capacidad de crecimiento de largo plazo? Más allá de la cifra de crecimiento para el 2019, es imprescindible que el Perú tome acciones para mitigar su dependencia externa. La ausencia de propuestas y los mensajes mixtos no van a servir. Se requiere una agenda más ambiciosa.