Universidad del Pacífico
Cuando se habla de la gestión de las finanzas públicas en el Perú siempre nos centramos en los aspectos macroeconómicos, lo que no es incorrecto. Hablamos de subir los ingresos, controlar los gastos y mantener los niveles de endeudamiento en niveles sostenibles que no pongan en riesgo la estabilidad fiscal, en otras palabras, que se pueda pagar la deuda del Estado con nuestros acreedores. Un términos como ‘espacio fiscal’ suena también y debe entenderse como la capacidad de reducir ingresos o aumentar gastos de manera transitoria sin comprometer la capacidad fiscal en el futuro. Por el lado de los ingresos hablamos de ampliar la base tributaria, lo cual suena muy bien, pero en muchos casos no hay mucho detalle de cómo incrementar esta recaudación.
Todo lo anterior está bien y debe mantenerse dicha discusión, pero por el lado del gasto hay mucho por hacer. El tema de la calidad del gasto empieza a sonar mucho más. Se ha prestado atención debido a muchos factores, pero el tema de la corrupción ha despertado renovado interés porque si se elimina esta sería posible atender más demandas de la población. Hay diversos estimados como el que la Contraloría General de la República publicó hace poco. Pueden ser sujetos de mejora, pero ninguno de ellos es pequeño. A ello se le suman las ineficiencias técnicas en el manejo del Estado, que pueden ser muchas y sobre las que hay que trabajar.
Estos cambios pueden significar costos económicos y políticos en el corto plazo, pero pueden dar resultados en el largo plazo manteniendo la recaudación constante. Si se logra incrementar habrá más recursos, sin duda, pero no debemos quedarnos atados de manos esperando a que haya más recursos para ver cómo mejoramos el gasto.
El gasto debe mejorar su eficiencia para poder atender las necesidades de la población, es decir, para brindar a los ciudadanos los bienes y servicios que necesita. Lo anterior implica evaluar cuáles son las necesidades de la población, las que van cambiando en el tiempo, y si el Estado siempre gasta en lo mismo vamos a observar una disonancia que la población va a empezar a expresar. Ello implica tener la capacidad de hacer prospectiva y captar los cambios en las necesidades de los distintos grupos de la población y adaptar el gasto a estas necesidades. Esto implica una priorización y también redireccionar el gasto. Un ejemplo lo podemos tener con el programa del vaso de leche, que existe hace 40 años. Se ha documentado que presenta serias filtraciones y la población objetivo es atendida por otros programas sociales. Esto implicaría que habría que redimensionar o eliminar este programa. Los recursos que se puedan liberar de este cambio podrían dirigirse a otro tipo de programas.
Una tendencia demográfica es el envejecimiento de la población. Cada vez las personas viven más y ellas tienen ciertas necesidades que se deben atender. Dirigir los recursos liberados de los programas que se redimensionen hacia estos grupos debería ser un esfuerzo técnico. Sin embargo, tenemos que existe otra dimensión que no se puede dejar de lado, que es la eficiencia técnica, lo que implica que se deben brindar servicios o bienes de calidad al menor costo posible. Esto implica gerencia y aprendizaje de lo que ocurre en otros países. El recurso humano en el sector público se torna entonces clave para lograr estas mejoras.
Como vemos, son muchas las áreas en las que hay que trabajar si queremos que el Estado cumpla con su razón de ser y hacia ello deberían estar dirigidos los esfuerzos a nivel nacional. La agenda es mucho más amplia que mejorar la recaudación.