Ministerio de Economía y Finanzas (MEF).  (Foto: GEC)
Ministerio de Economía y Finanzas (MEF). (Foto: GEC)

Por Marcel Ramirez

Por Marcel Ramírez

Como ya se ha dicho varias veces, la crisis económica resultado de la pandemia del Covid-19 ha desnudado varias debilidades de las capacidades del Estado peruano. Es fácil advertir que nuestro sistema de salud no ha estado a la altura de la gravedad de la pandemia. De igual forma se ha podido observar el costo de no haber impulsado la digitalización y difusión de la conectividad al internet que sostenga actividades como el teletrabajo, la tele medicina y la educación virtual. Lastres como la informalidad y la corrupción ahora nos impiden hacer llegar ayudas económicas mejor focalizadas a la población que más la necesita.

Sin embargo, todas estas brechas son en buena parte resultado de una debilidad institucional y de gestión pública que nos acompaña desde décadas. Aquí un comentario que suele escucharse de parte de servidores y funcionarios públicos en tiempos normales. Si es conceptualmente cierto que primero se realiza el planeamiento estratégico y luego se define el presupuesto, ¿por qué al final resulta que lo planeado debe someterse al techo presupuestal?

Para responder a esta inquietud, es importante recordar que entre el período 2002-2019, la presión tributaria logró un promedio de 14,9%, lo cual contrasta con el promedio de América Latina de 23% y mucho más lejos del promedio OCDE de 34%, incluso por debajo de los demás países de la Alianza del Pacífico, como Colombia y Chile cuya presión tributaria se ubica entre el 18% y 21% del PBI.

Aquí deseo recordar el enfoque de Robert Kiyosaki, autor del libro “Padre Rico, Padre Pobre”, el cual advierte que ser “rico” o “pobre” es cuestión en parte de tener cierta actitud. Kiyosaki refiere que tuvo dos padres. Un padre tenía el hábito de decir "no puedo afrontarlo". El otro prohibió el uso de tales palabras e insistía en decir "¿cómo puedo afrontarlo?" La primera frase es una afirmación, mientras que la segunda es una pregunta. Su padre en-vías-de-hacerse-rico explicaría que, automáticamente, al decir "no puedo afrontarlo", el cerebro deja de trabajar, se vuelve pasivo. Al formular la pregunta "¿cómo puedo afrontarlo?", el cerebro comienza a trabajar. Así, “padre pobre” limita sus gastos a los ingresos que buena mente puede obtener, mientras que el “padre rico” apuesta a que debe aspirar a lograr más ingresos y busca cómo lograrlo; su gasto actual no condiciona su ingreso. Apliquemos esto a dos tipos de órganos responsables de la política tributaria (MEF tributario).

MEF “pobre”: la recaudación que obtengo limita mis oportunidades de gasto e incluso no tengo incentivos para racionalizarlos y ser más eficiente y eficaz. Mi actitud es pasiva y me hace sobrellevar las crisis como vienen, sin anticiparme a evitarlas o soportarlas mejor. Mantener el equilibrio fiscal es importante y podría lograrlo con menor gasto fiscal (subejecución del presupuesto) y no necesariamente con mayores ingresos fiscales permanentes. Si las metas no se están logrando, responsabilizo al administrador tributario de dicha situación, especialmente debido a la alta evasión y elusión. Conduzco una política tributaria reactiva, con cambios que no pasan por una evaluación periódica de principios ni de objetivos y así afecto su predictibilidad y credibilidad.

MEF “rico”: las necesidades y brechas de la población son enormes y debo buscar un sistema tributario que me permita reducir esas brechas a un ritmo más elevado. No me duermo en mis laureles, ni me creo lo de "milagro económico". Mi actitud es más activa hacia buscar un mejor diseño tributario con miras a recuperar espacio hacia el desarrollo. Mantener el equilibrio fiscal es importante pero la única forma sostenible es rediseñando la política tributaria a fin de lograr mayores ingresos fiscales permanentes. Respeto la institucionalidad de la política fiscal, fortaleciendo su credibilidad y predictibilidad. Si los objetivos no se están logrando, evalúo el sistema y determino oportunamente la necesidad de ajustes ordenados e incluso de una reforma. Comprendo que la capacidad de recaudar responde a mejorar bases estructurales de la economía como la productividad, competitividad, informalidad, corrupción, etc.

Ambos tipos de MEF son muy diferentes, especialmente pues el “rico” exige, a su vez, un Estado más potente y estratégico que reconozca que la política tributaria se debe someter al alcance de fines más elevados de desarrollo y no solo a metas de lograr más recaudación; la política fiscal está a disposición del desarrollo.

En la realidad del Perú, ¿quién y cómo se define el tipo de MEF (tributario)?. Hay que considerar que como todo sector dentro de la organización del Estado, el Sector Economía y Finanzas cuenta con un Plan Estratégico Sectorial Multianual (PESEM) 2017-2021. De acuerdo al mismo, el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) es responsable de Fortalecer la política y mecanismos orientados a la estabilidad de los ingresos fiscales (AES 3.1) y con ello Alcanzar una Mayor Recaudación de Ingresos Fiscales (OES3). Se fijan ahí metas de déficit fiscal y de presión tributaria.

Como todo PESEM, el cumplimiento de los objetivos sectoriales debe contribuir, junto con el de otros objetivos sectoriales (trabajo, producción, comercio exterior, etc.), al logro de los objetivos estratégicos nacionales del Plan Estratégico de Desarrollo Nacional (PEDN). Sin embargo, a la fecha aunque sólo contamos con una Visión de País al 2050, carecemos de un PEDN actualizado y por ello no tenemos una ruta estratégica para alcanzarla. El tipo de MEF que requerimos responde a cómo y a qué velocidad deseamos romper la “trampa del ingreso medio” y alcanzar el desarrollo. Si nos contentamos con el simple crecimiento del PBI, pero no valoramos la calidad de ese crecimiento, y nos es suficiente con sobrevivir las crisis, entonces es suficiente tener un MEF “pobre”. Si por el contrario, valoramos la importancia de cerrar brechas sociales rápidamente, alcanzar a otros países similares al nuestro en desarrollo y brindar mayores oportunidades a las generaciones futuras, entonces necesitamos un MEF “rico”.

Así como podemos y debemos exigir al Sector Salud mejorar el sistema de salud del país y al Sector Educación hacer lo mismo en materia educativa, también se le debe exigir al MEF un rol de MEF “rico”. El MEF no es un ente distinto a los demás, tiene objetivos y metas que debe lograr (aunque primero se deben definir correctamente) y debe rendir cuentas de igual forma. Nos hemos acostumbrado a escuchar que el contexto internacional nos es, en ocasiones, adverso y por ello nuestro PBI se desacelera y luego la recaudación sufre inexorablemente; MEF “pobre”. Pero requerimos recordar que el MEF debe orientar su política tributaria en forma articulada con los objetivos de los demás sectores productivos y sociales, a fin de diseñarla para vernos menos expuestos al azar del contexto externo y privilegiar los ingresos permanentes. La eliminación de la regla ex ante del balance estructural en el 2016 y la flexibilización sucesiva (2017 y 2020) de la meta de déficit fiscal, nos demuestran que el MEF opta por acomodarse pasivamente a las condiciones externas y no lidera más estratégicamente sus decisiones.

La actual crisis es seguramente la más seria después de la del Guerra del Pacífico y debemos aprovecharla para hacer entender a autoridades y ciudadanía de la urgencia de reconstruir la institucionalidad fiscal pasiva que nos viene caracterizando. Requerimos una nueva institucionalidad para el desarrollo. El planteamiento del “impuesto solidario” es el más reciente golpe a la institucionalidad del MEF pues claramente no es de su preferencia sino que tiene un matiz populista. Dicho todo esto, ¿qué tipo de Estado y de MEF (fiscal) requerimos los peruanos de hoy y de las próximas generaciones, uno “pobre” o uno “rico”?

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