(Foto: GEC)
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Martín Santiváñez Vivanco

Rector de la USIL y Doctor en Derecho por la Universidad de Navarra

Cualquier afán de reforma, cualquier intento serio de reestructuración solo tendrá éxito si toma en cuenta a los stakeholders. En sentido estricto, no hay reforma sin stakeholders. Si lo que se pretende es consolidar una institución hasta convertirla en una “isla de eficiencia” es imprescindible contar con los involucrados, para así lograr los consensos necesarios que permitan alcanzar el objetivo común. Esto, que es esencial en cualquier política pública, a veces es desafiado por motivos ideológicos, económicos o políticos provocando consecuencias negativas para la reforma, incluso poniéndola en peligro. El gran enemigo de la reforma pública es el voluntarismo que se enfrenta a la realidad.

Sunedu ha terminado la primera etapa de la reforma universitaria con éxito. Y es una gran noticia que el Doctor Oswaldo Zegarra, Superintendente de Sunedu haya reafirmado en sendas entrevistas periodísticas los dos principios por los que se rige su gestión: el principio de realidad y el principio de razonabilidad. Lo real, como bien define el Doctor Zegarra, está dado “por la situación que pasan todas las universidades”. La razonabilidad implica que cada universidad “tiene sus propias características y las condiciones básicas deben verse en ese contexto”. Y así es, en efecto. La reforma universitaria, un anhelo histórico para el Bicentenario, no puede realizarse en función al voluntarismo o a una ingeniería institucional que no toma en cuenta la realidad de la educación superior en el Perú. En otras palabras, lo que el Doctor Zegarra ha recordado a la comunidad académica, es algo tan fundamental como la realidad evidente: quod natura non dat, Salmantica nos praestat. Lo que la realidad no permite, la reforma no lo debe imponer. La imposición tarde o temprano termina en un fracaso rotundo.

El conocimiento de nuestra realidad académica e institucional (el Doctor Zegarra ha sido Rector y Decano) es fundamental para avanzar en el cambio institucional desde el posibilismo, que es la mejor forma del realismo universitario. Pienso que, bajo esta premisa, la de una reforma consensuada, la educación superior universitaria dará un ejemplo de realismo racional y también, cómo no, de auténtico talante democrático. Y en tanto ejemplo tal vez pueda repetirse en otros ámbitos en los que urge hacer cambios sin imposiciones, coordinando, respetando la realidad y buscando, todos juntos, que mejoren las universidades, que crezcan nuestros estudiantes y se desarrolle el país. La reforma debe impulsarnos, no limitarnos. El esfuerzo debe ser premiado, no castigado. Y eso solo podrá lograrse respetando los fueros de la libertad.

Este es el único camino para construir un espacio de educación superior de calidad, con innovación, con investigación multidisciplinar de calidad global, de alta performance, siempre respetando la libertad de cátedra y la autonomía de las universidades, dos pilares que se encuentran en el origen mismo de la academia histórica. Reforma sí, siempre, pero con libertad, razón y realidad.