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Juan MendozaDirector de la Maestría en Economía de la Universidad del Pacífico

Gary Becker ha realizado contribuciones fundamentales a las ciencias sociales y su partida, a los 83 años de edad, es una pérdida considerable para la profesión de la economía. El economista estadounidense fue el pionero en el estudio de problemas sociales tan diversos como la discriminación racial, la criminalidad, la fertilidad y el matrimonio, la participación de la mujer en el mercado laboral, la adicción al tabaco o la donación de órganos que, en el pasado, se consideraban enteramente ajenos al campo de acción de la economía. En efecto, los trabajos de Becker demuestran mediante una combinación de lógica impecable y estadística rigurosa que los incentivos económicos son explicaciones fundamentales del número de hijos, la frecuencia de los divorcios, el tamaño de las herencias, las fluctuaciones en los delitos o la prevalencia de la discriminación. Asimismo, Becker fue el más concienzudo estudioso de las elecciones educativas de las personas y el acuñador, para la opinión pública, del término capital humano para representar el acervo de habilidades productivas que acumulan los individuos. En colaboración con otros economistas, Becker demostró que las personas se educaban más o menos años dependiendo de las oportunidades que les ofrecía el mercado además de su propia habilidad. Becker fue también un pionero en el análisis de los grupos de interés y explicó las condiciones bajo las cuales un lobby era más o menos efectivo.

Uno de los méritos esenciales de Becker es evitar concentrarse en las diferencias idiosincráticas en los objetivos y metas de las personas así como en sus actitudes psicológicas o posturas culturales. De acuerdo a Becker los seres humanos no son homo economicus porque piensen igual sino más bien porque responden a incentivos económicos en la búsqueda de sus propios objetivos. La diferencia en el enfoque metodológico Beckeriano respecto al de otras ciencias sociales como la sociología, antropología o psicología no es trivial. Las buenas, malas o perversas intenciones individuales son tan inescrutables como los ángeles o los espíritus pero los incentivos económicos se pueden, normalmente, medir sin gran esfuerzo. Las teorías de Becker son poderosas porque están llenas de predicciones que se pueden contrastar con los datos disponibles. Descubrimos, en Becker, que hay mercados no solamente para la determinación del tipo de cambio sino para las infracciones de tránsito, el número de hijos o las contribuciones a los partidos políticos.

Es un viaje fascinante leer sus investigaciones escritas con profundidad pero siempre con claridad. En efecto, las ideas de Becker son translúcidas y no se ocultan en un mar de símbolos matemáticos o terminología especializada. Y los que tuvimos la suerte de conocerlo en persona en reuniones profesionales pudimos comprobar como las ideas más complejas se pueden y deben explicar con sencillez, que los modelos más sofisticados se pueden reducir a un gráfico de oferta y demanda. Becker nos recordaba que la economía es una ciencia social cuyo objeto de estudio son las elecciones humanas y que la intuición económica debe estar presente en cualquier teoría que aspire al éxito. Parafraseándolo, la economía no es más que la sistematización del sentido común.

Muchos de sus estudios y resultados fueron inicialmente recibidos con escepticismo o, incluso, abierta hostilidad. Para muchos intelectuales en los años cincuenta la familia o la discriminación eran temas tabú y la idea que la educación fuera un proceso de acumulación humano similar a la acumulación de capital físico una absoluta herejía. Con notable determinación y perseverancia Becker triunfó frente a sus detractores, primero en el mundo de las ideas y de las revistas especializadas, y luego en la arena pública. Recibió el Premio Nobel en 1992 y la medalla John Bates Clark además de multitud de premios y reconocimientos, y formó generaciones de colegas en la Universidad de Columbia y, por más de cuarenta años, en la Universidad de Chicago.

En plena forma intelectual hasta sus últimos días estaba abocado al estudio de la longevidad y las inversiones en salud en la vejez, adelantándose, como era su costumbre, al grueso de la profesión. En uno de sus últimos trabajos demostró que las técnicas actuariales tradicionales subestiman apreciablemente el valor que las personas asignan a la existencia. El tiempo, el recurso escaso por excelencia, ha marcado el final de la propia vida de Gary Becker. Pero la luminosidad de sus ideas no verá el ocaso del tiempo.