Por Mario Reggiardo, socio de Payet Rey Cauvi Pérez
La pandemia por el COVID-19 también impactó al arbitraje. Tras semanas de incertidumbre donde se paralizaron casi todos los procesos, la tendencia es la migración completa al universo virtual.
En menos de dos meses, distintas iniciativas promovidas por los principales centros arbitrales, los mismos tribunales y la comunidad jurídica, han permitido que sea posible seguir arbitrajes sin salir de casa.
Hoy la tecnología permite presentar una demanda por correo electrónico. Las pruebas se pueden escanear con un smartphone y ser colgadas en Google Drive o Dropbox. Las audiencias se realizan por Zoom o Microsoft Teams. Esto significa ahorro de recursos como tiempo, impresiones (el derroche de papel en los arbitrajes suele ser un salvaje atentado al ambiente) y dinero gastado en desplazamientos, sobre todo si estamos en un arbitraje internacional. Nos hemos vuelto más puntuales y hasta estamos dejando la rigidez del terno y la corbata.
No todo es felicidad. En muchos casos implementar un arbitraje virtual requiere el acuerdo de las partes. Los conservadores o quienes no tienen los recursos logísticos, suelen oponerse al reinicio virtual de los procesos. Un escenario de inmovilización radical puede justificar esa negativa porque limita el acceso a las pruebas que no estén digitalizadas.
Los casos donde se requieran inspecciones presenciales tendrán serias limitaciones que podrían suplirse en cierta medida con grabaciones en video o el uso de drones. Los árbitros deberán evaluar cada caso concreto para establecer excepciones que no perjudiquen el derecho de defensa.
Las audiencias virtuales pueden reducir la eficacia de los interrogatorios. No solo los problemas en la señal de internet limitan su fluidez, sino que la comunicación gestual, que tanta información nos da, se pierde en una transmisión ordinaria sin preparación adecuada.
Existe el riesgo de que se aleguen falsos problemas técnicos para desconectarse de una audiencia inconveniente. También podrían desarrollarse mecanismos para dictarle la respuesta al testigo o a un perito que actúe de mala fe.
La confidencialidad del arbitraje también se puede ver amenazada. Los hackeos por litigantes inescrupulosos o terceros interesados en acceder a la información materia de conflicto, generarían disrupciones serias. Por ello será más frecuente el uso de salas de espera virtuales, documentos encriptados y contraseñas para acceder a bases de datos.
Pese a la comodidad espacial, las reuniones virtuales agotan mentalmente más que las presenciales. La capacidad de atención en una audiencia virtual se reduce a menos de 45 minutos, lo que lleva a más descansos, jornadas cortas y sesiones múltiples, antes que largas audiencias que podían durar más de ocho horas.
Los abogados nos vemos en la necesidad de desarrollar nuevas técnicas para trasmitir el mensaje de modo breve y eficaz. El orador se reinventa.