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Por Ricardo de la Piedra, socio del

Ubiquémonos por un momento en una clase de historia en nuestra época colegial. Nos enseñaban cómo el hombre de Neandertal poblaba principalmente Europa, utilizando cuevas para refugiarse y métodos rudimentarios para comunicarse. Vamos ahora en un punto más cercano a nuestra historia, en la Florencia renacentista. La humanidad empezó a vivir en palacios y a través de la imprenta comenzó a tener una comunicación y flujo de información más efectiva. Pensemos en los teléfonos y casas de los años 90 y cómo se comparan con los smartphones y edificios inteligentes que tenemos ahora.

Es fácil entender cómo ha venido evolucionando la tecnología y ciencia en el mundo occidental de una manera constante y escalonada. Poco a poco los edificios se volvieron mejores, la comunicación más fluida y las ramas de la ciencia más certeras. Pero, ¿qué pasa con aquellos lugares en que estos aspectos todavía no se encuentran desarrollados pese al paso del tiempo?

Aprovechando el boom de las startups, una tendencia llamada leapfrogging se viene dando nuevamente en países emergentes y en vías de desarrollo, donde gracias a la innovación, tecnología y a la actividad de estas compañías, se generan innovaciones radicales aprovechando el contexto en que viven dichos países. En la práctica, se han venido logrando incrementos de eficiencia muy superiores a las innovaciones incrementales usuales en países más desarrollados.

Hace poco leí la historia de Zipline, una startup californiana que se estableció en Ruanda para generar aportes determinantes para el desarrollo de ese país. Bajo el concepto “Uber for blood” (Uber para sangre), suscribió un convenio con dicho Estado para prestar el servicio de trasladar bolsas de sangre hacia cualquier lugar del territorio en tiempo record (reduciendo el tiempo de traslado de 4 horas a tan solo 30 minutos). Lo más impresionante es que lo hacen a través de drones de última tecnología que alcanzan los 130 km/h de velocidad.

Mientras que la regulación y desarrollo comercial de un delivery a través de drones todavía se discute en los países más desarrollados y patrimonialmente robustos, Ruanda y Zipline han logrado no solo la regulación, sino el impacto social que a todos nos gusta ver en los avances tecnológicos: más de 6 millones de personas en Ruanda, a lo largo de 12 hospitales, se han visto favorecidas con este servicio, reduciendo drásticamente las muertes por parto, malaria y anemia. Esta inmersión tecnológica ha incentivado a que el Gobierno de Ruanda participe en una iniciativa con el World Economic Forum destinada a buscar mejores prácticas para el uso responsable de drones.

Como consecuencia del éxito obtenido por Zipline, África subsahariana se ha convertido en el hotzone de tecnología relacionada a drones, lo que ha permitido el desarrollo de un entorno legislativo mucho más proactivo que el de otros países. Siguiendo el ejemplo de Ruanda, otros estados como Malawi, Sudáfrica, Ghana y Tanzania han actualizado su legislación referente a drones y han desarrollado iniciativas conjuntas con privados para la explotación de proyectos que beneficien a estos países y sus comunidades.

Ahora bien, esta tendencia no es nueva ni exclusiva de países en vías de desarrollo, basta que haya un espacio un poco rezagado en un país o región para poder generar un evento de leapfrogging. Ya en 2006, China dio el salto en el mundo de Internet al pasar al estándar IPv6. Un país que empezó tarde y de manera desordenada en aspectos relacionados a redes de comunicación, de pronto fue una de las pioneras en esta clase de tecnología. Una situación similar vivió España, un país consolidado económica y estructuralmente, cuando en ese mismo año se le posicionó como uno de los países europeos líderes en el desarrollo y adopción de las llamadas “nuevas tecnologías de Internet”. España tenía alrededor de 30% de usuarios suscritos a estas nuevas tecnologías (podcasts, música, blogs y VoIP), mientras los demás países alrededor de 10%, lo cual no hubiera sido raro sino fuera porque España entró con posterioridad al boom de internet, saltándose el proceso de aprendizaje y adopción del sistema a través de la implementación directa de tecnología; es decir, con un leapfrogging.

Basta ver el ejemplo de Zipline para darse cuenta de que las posibilidades con las que actualmente cuentan las startups, principalmente las enfocadas en tecnología y ciencias, son tan amplias como posibles. Pensemos en la cantidad de países que tienen sectores prácticamente vírgenes y que pueden dar el salto (o el leap) a tecnología de punta y regulaciones sofisticadas y de vanguardia de forma mucho más barata y rápida que países con tecnologías ya constituidas. Esperemos que la tónica siga siendo la marcada por Zipline y sigamos viendo ejemplos como estos en el futuro.

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