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Por Daniel SarfatyAnalista Económico

En primer lugar, la Corte acogió la argumentación chilena y no la peruana. Es verdad que no constató la Declaración de Santiago de 1952 como un tratado de límites marítimos, pero falló sobre la base que los subsecuentes acuerdos presumían una frontera –tácita- entre ambos países (primera derrota).

Esa frontera tácita, según entiende la Corte, se extendía por 80 millas en paralelo al Hito Nº 1 (dicho sea de paso, que se haya desestimado la demanda peruana de establecer el punto de partida en el Punto 266 o Concordia en vez del Hito Nº 1 constituye la segunda derrota). ¿Por qué 80 millas? Nadie entiende bien (tercera –y más importante- derrota). De acuerdo a la lógica del fallo –al derecho consuetudinario-, esta distancia debería corresponder a la que los pescadores chilenos estaban acostumbrados a recorrer durante la época para sus actividades extractivas. Sin embargo, parece inverosímil que hayan llegado hasta la milla 80 cuando, hasta hoy día, casi la totalidad de la pesca se efectúa en las primeras 40 millas.

Es tan solo después de la milla 80 que la Corte reconoce que no existía ningún tipo de delimitación –ni explícita ni implícita- por lo que establece una nueva frontera: una bisectriz equidistante a ambos países hasta la milla 200. En otras palabras, solo lo que no usó Chile –porque consideraba que no tenía ningún tipo de valor económico- pasó a ser parte de nuestra zona económica exclusiva. Esta nueva delimitación, sin embargo, concedió el único triunfo al equipo peruano: el llamado "triángulo externo", que Chile no reconocía como suyo pero tampoco como peruano.

En resumen, Tacna se quedó, en términos prácticos, igual que antes. En términos económicos, el Perú también quedó prácticamente igual que antes. Solo que ahora tenemos una extensión mayor de 50.000 km cuadrados que otros países no pueden usar comercialmente. Para ilustrarlo de otra manera, Chile se quedó con un pequeño valle fértil mientras que Perú ganó un extenso desierto árido inhabitable e improductivo.

Es cierto que anexar 50.000 km cuadrados al territorio nacional de forma pacífica casi 200 años después de la independencia es un evento poco común y, ciertamente, gratificante. No obstante, el territorio que se nos ha sido otorgado por la Corte de la Haya es, a decir verdad, inútil –por lo menos, hasta donde se sabe-.

Ciertamente este artículo tiene un corte pesimista, pero intenta servir de contrapeso ante tanto triunfalismo excesivo. Más que nada, solo intenta recordar que pudimos (¿debimos?) ganar más.

PD: Es preocupante que el mandatario chileno haya adoptado una interpretación tan hostil al declarar que "la confirmación por parte de La Haya de que la frontera marítima comienza en el paralelo del Hito Nº 1 ratifica el dominio [chileno] sobre el triángulo terrestre respectivo". A pesar de que determinar la frontera terrestre está fuera del alcance del fallo de La Haya (como todos ya sabían), el texto de la sentencia dice expresamente que es perfectamente posible que el punto de partida del límite marítimo no coincida con el límite terrestre.

*Este artículo representa la opinión exclusiva del autor