Analista político
Si se confirman los resultados del conteo rápido, el triunfo de Pedro Castillo no estaba en ningún cálculo. Hasta hace un mes, su ligero crecimiento hacía presagiar que le malograría la fiesta a Verónika Mendoza y que pasaría la valla electoral, pero no que barrería con todos los punteros.
Su gran mérito ha sido leer bien a su electorado. Radical en lo político y económico, y conservador y tradicional –como son la mayoría de “provincianos”– en lo moral y familiar. Su arremetida, que increíblemente no preocupó a ningún rival, se dio en las tres últimas semanas y en las dos últimas encuestas, cuando varios de sus competidores se concentraron en atacar a otros aspirantes a la Presidencia, y cuando ya no era posible atacarlo o “demolerlo”.
El candidato de Perú Libre aprovechó que Verónika Mendoza cambió su posición original y “genuina”, incluso en su apariencia, y dejó las regiones para tratar de conquistar Lima, e hizo exactamente lo contrario a Castillo: correrse al centro en lo político y económico –haciendo contradictorio su discurso–, y liberalizarse en lo moral y familiar.
A Hernando de Soto le sirvió su prestigio y ser la opción de centro que “cosechó” la decepción que generaron otros candidatos. Sus notorios errores de las últimas semanas fueron pasados por alto, y también pudo atropellar al final, quizás por ser un “voto útil” o “estratégico”.
Lo de Keiko Fujimori era de esperarse, aunque muchos no lo quisieron ver: el fujimorismo –sobre todo reunificado– sigue siendo un núcleo “duro de matar”, y mantiene un bolsón electoral a nivel nacional. La candidata aprendió la lección y supo manejarse con prudencia hasta el final. Rafael López Aliaga –que se radicalizó cada vez más– y Lescano –que perdió el paso– están ahí, expectantes.
El gran perdedor fue Julio Guzmán; y la decepción fue George Forsyth, que no supo defender ese claro 25% de agosto.