Miguel Pancorvo
Gerente general de SAB Sura
¿Nos debemos hacer la pregunta si la cuarentena nos hizo evaluar nuestra relación con el planeta?, ¿si la vida después del confinamiento COVID 19, será igual que antes? Vimos en las ciudades a las aves tomar las playas, días preciosos, soleados con menos contaminación, delfines y cardúmenes cerca a las costas, como si no existiera el ser humano. Parecía que el planeta hablaba, pero, ¿lo entendimos?
En 2015, en París, se llevó a cabo la conferencia de las Partes (COP21), reunión donde se analizó la problemática energética mundial y sus efectos sobre el clima. Existía mucha expectativa sobre la suscripción de una serie de compromisos mundiales, con el objetivo de poner al mundo en una senda de crecimiento “sostenible” donde se reconcilie el clima y las necesidades energéticas.
La realidad es preocupante, pues la producción y el uso de energía representa dos tercios de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero (GEI). La reunión del COP21 buscaba llegar al compromiso de recortes drásticos de dichas emisiones, manteniendo al mismo tiempo el crecimiento de la economía mundial, impulsando la seguridad energética global y logrando llegar con energía a miles de millones de personas que hoy no la tienen.
El cambio climático no es solo un fenómeno ambiental; trae además profundas consecuencias económicas y sociales, donde los países más pobres y menos preparados, sufrirían las peores secuelas. El impacto potencial del cambio climático podría ser enorme: falta de agua potable, cambios en las condiciones de producción de alimentos y un aumento en los índices de mortalidad, debido a desastres naturales.
Lo bueno es que el cambio ya empezó. El uso de fuentes energéticas alternativas de baja emisión de CO2 se extiende con rapidez, lo que contribuye a demostrar la disociación entre la energía y las emisiones de gases. Por otro lado, la intensidad energética de la economía mundial disminuye como resultado de la mejora de la eficiencia energética y cambios estructurales de algunas economías como la China, lo que hace pensar que el mundo estaría tomando conciencia.
Por su parte en el mundo de las inversiones, a lo largo de los últimos años se produce un cambio radical en la manera de pensar, cobrando relevancia los principios de ASG (o ESG por sus siglas en inglés), como son el respeto al medio ambiente, el respeto a la sociedad y el cumplimiento de buenos principios de gobierno corporativo. Hoy, para los principales gestores de fondos del mundo, la sostenibilidad del medio ambiente se posiciona como uno de los principales pilares de las decisiones de inversión, guiándolas hacia el cumplimiento riguroso de estos principios.
Al 2050, se proyecta que las fuentes de energías renovables (eólica, solar e hidroeléctrica, como las principales) produzcan dos tercios de la electricidad mundial, la cual se espera constituya la forma principal del consumo de energía mundial. El empleo de energías renovables a gran escala implicaría cambios en toda la cadena de valor del suministro eléctrico y, a la vez, presenta consigo importantes oportunidades financieras, de inversión y de sostenibilidad. Las inversiones en energía limpia crecen porque el mundo lucha por combatir el cambio climático. Según la Agencia Internacional de la Energía, las inversiones año a año en plantas de energías renovables casi triplicarán las inversiones en plantas de combustibles fósiles hasta 2025.
El mensaje de BlackRock uno de los gestores de inversión más importantes del mundo fue claro, “quien no se tome en serio la sostenibilidad del planeta y los criterios ESG, se quedará fuera del radar inversiones”. BlackRock ha emprendido una serie de acciones, para colocar a la sostenibilidad en el centro de su posición de inversión, incluyendo el cambio climático en la gestión de cartera.
En conclusión, el cambio climático, las energías renovables y la migración hacia la eficiencia energética son una tendencia, un esfuerzo global del que debemos ser parte todo el tiempo, desde nuestro actuar cotidiano, reusando, reduciendo y reciclando, sembrando un árbol, protegiendo nuestros recursos naturales, alineando la economía con la ecología, siendo solidarios con nosotros mismos, con el ser humano, con la flora y la fauna, con nuestro planeta. Pasando de la ambición a la acción, participando, colaborando y financiando la transición hacia un uso justo y sostenible de los recursos naturales.