Triana Trucios
Bajo el contexto actual, el reinicio de las clases presenciales cada día parece más lejano, teniendo en cuenta que los casos confirmados de COVID-19 en nuestro país no dejan de incrementarse, y que el gobierno ha planteado una nueva cuarentena en 15 regiones del país, ya que no hemos logrado controlar el contagio del virus, e inclusive se comenta la posibilidad de volver a cuarentena, sobre todo en Lima.
El conocimiento mundial sobre las estrategias de mitigación del COVID -19 continúa evolucionando y es sumamente importante que las instituciones educativas estén preparadas con anticipación con un plan de acción personalizado que se adapte a su realidad, pues por el momento las clases presenciales están suspendidas por todo el año en curso.
Es importante precisar que el virus se propaga por la comunidad, estableciendo grupos de infección en comunidades densamente ocupadas, como un campus académico.
Tengamos en cuenta que la mayoría de jóvenes se recupera satisfactoriamente; sin embargo, debemos considerar que probablemente muchos de ellos sean asintomáticos, siendo este un factor de contagio adicional; a ello se le suma que muchos de los estudiantes conviven con sus padres y/o abuelos. En ese contexto, el plan de regreso al campus debe tener consideraciones propias de todos estos indicadores, priorizando los factores de edad y salud, debido a la gravedad del efecto del virus en poblaciones mayores, que incluyen a la mayoría de empleados de las instituciones educativas.
Si el gobierno autoriza que las universidades retomen clases presenciales antes de que se encuentre la vacuna del COVID-19 es importante que las instituciones educativas consideren la implementación de diversas estrategias enfocadas en la prevención, contención y comunicación, a través de las medidas ya conocidas.
De igual manera, es importante que este tipo de espacios tengan una estrategia médica, a fin de identificar y ayudar a los empleados que resultaran infectados. Esto a través de la infraestructura adecuada y con los recursos humanos necesarios para atender a la cantidad de estudiantes y trabajadores que se movilizarían en un campus universitario. Por otro lado, desarrollar una estrategia de restricción, teniendo claro en qué momento deberían tomar la decisión de impedir el acceso al establecimiento y cuál sería la mejor manera de hacerlo.
Adicionalmente, consideramos que cada institución educativa necesita contemplar la composición geográfica de la comunidad de su campus y la probabilidad de que las poblaciones vengan desde residencias en áreas que podrían tener una mayor tasa de infección. También tendríamos que tener en cuenta si al momento de la reapertura hay servicios de salud disponibles, que es un punto sumamente importante.
En algunos países que han decidido retomar las clases presenciales están considerando un aforo al 50% y turnando las clases presenciales con clases remotas, e incidiendo en cumplir los principales requisitos como uso de mascarilla, toma de temperatura al ingreso, fomento de lavado de manos, suspensión de reuniones presenciales, prestar servicios intangibles de forma remota, en la medida de lo posible, etc.
Por otro lado, el personal se ha venido adecuando al trabajo en casa, y muchos centros educativos se han dado cuenta que tal vez no necesitan mucho espacio administrativo de cemento y están evaluando el trabajo en casa permanente para varios puestos, pues el espacio no utilizado podría reasignarse para fines estudiantiles, si es factible.
Es así que, la nueva normalidad para las instituciones educativas generará diversos cambios, que no sólo impactan en la manera propia de enseñar, sino en cómo la comunidad universitaria, conformada por una diversidad generacional con necesidades grupales e individuales distintas, logra establecer un punto en común y el equilibrio adecuado para adaptarse a nuevas formas de trabajo, y salvaguardar la cadena de prestación del servicio educativo.