Periodista
El mensaje de la primera ministra fue modesto y acotado. Nada extremadamente ambicioso como el de alguno de sus antecesores. Para el poco tiempo que tiene este Gobierno (cinco meses de gestión y dos de transición), un mensaje de esas características parecía lo necesario. Y en realidad, en esta oportunidad el contenido no era lo esencial. Igual le iban a aprobar la cuestión de confianza como lo hicieron ayer por más de cien votos. Con el exministro del Interior las cosas habrían sido distintas. Pero el mensaje no fue realista.
Al escuchar el mensaje y luego leerlo, y al compararlo con lo que ocurre en el país en estos días, se puede tener la sensación de que el mensaje fue para cumplir con un requisito, pero no para enfrentar y encarar una situación que no solo ha consumido la “luna de miel” en una semana, sino que además puede poner al Gobierno contra las cuerdas en muy poco tiempo, o puede hacer que “le tiemble la mano” y empiece a ceder en todo lo que se le exija.
El asunto de la Policía es un problema aún no resuelto. Si bien se ha ido quien encarnaba el conflicto, todavía se espera ver qué es lo que va a hacer el nuevo ministro del Interior, qué decisiones va a tomar para ¿consolidar o corregir? la “reestructuración”, de quiénes se va a rodear, y qué es lo que se va a hacer para que vuelva la confianza a la institución, y para que la ciudadanía vuelva a confiar en la Policía. Eso pasa por premiar a los buenos policías, por reivindicar a los injustamente maltratados, y por castigar ejemplarmente a los malos efectivos de cualquier nivel.
Lo cierto es que en este asunto policial, las decisiones, así como la palabra del presidente y de su premier, no han quedado muy bien paradas.
El otro tema caliente es el de “la calle” y el de los conflictos sociales. No son lo mismo. Pero en lo que sí coinciden ambos es en que se han despertado expectativas que el nuevo Gobierno tiene que saber manejar.
El asunto policial y las marchas en Ica le han bajado el volumen a los pedidos de cambio de Constitución, a la reforma del Régimen Económico, y al descontento con toda la clase política. Pero eso está sobre la mesa.
Lo de Ica, y ahora el norte y el sur, también son expectativas, pero relacionadas con situaciones económicas o sociales concretas, que plantean un descontento o un oportunismo (según se quiera ver) que llega a su clímax con la toma de carreteras o con las marchas violentas, poniendo sobre la mesa exigencias concretas, y arrinconando al Gobierno u obligándolo a ceder todo lo que pueda. Y eso es lo que pasó con la ley respectiva.
Unos ven esto como un reclamo justo y una reivindicación necesaria; mientras que otros lo plantean como un ataque al Gobierno, al sistema, o como un plan orquestado a nivel internacional. Varios de los que apoyaron el reclamo de “la calle” y exigían que el Gobierno escuche y/o renuncie, hoy piden que cese la toma de carreteras, que se busque el diálogo, y piden que se apoye al Gobierno. Pero el Gobierno todavía no sabe exactamente qué hacer con esta situación que día a día crece en lugar de solucionarse. Y de prevención de conflictos no se ha hablado, sobre todo en época electoral.
La situación sanitaria todavía es una incógnita. Nadie puede saber si vamos a una nueva ola o si nos quedamos como estamos. Tampoco sabemos si habrá vacuna temprana o no. Pero no parece haber claridad en lo que se refiere a cómo prevenir o cómo evitar esta complicada situación. Unas proyecciones son alarmantes, y otras son moderadas, y todo dentro del mismo Gobierno.