Para los colegios, las medicinas y los alquileres, con estilos y énfasis diferentes, tanto Ejecutivo como Congreso apuntan más o menos a lo mismo. (Foto: GEC)
Para los colegios, las medicinas y los alquileres, con estilos y énfasis diferentes, tanto Ejecutivo como Congreso apuntan más o menos a lo mismo. (Foto: GEC)

Muchos –entre tirios y troyanos, ¿incluido el Gobierno?- pensaron que la elección de enero había consolidado el poder del actual gobernante, y le había permitido un Parlamento dócil, a su medida, y que podía ser manejado desde Palacio. Nosotros el 7 de febrero señalábamos aquí en Gestión que era muy difícil anticipar qué podía pasar con este Congreso y su relación con el Ejecutivo, y añadíamos que el diálogo con las bancadas promovido por el Gobierno por esos días, no había tenido ni la repercusión ni el efecto que el Ejecutivo buscaba.

Era evidente que un Congreso con tan corto tiempo para aprovechar su “cuarto de hora”, con bancadas que representan a partidos que van a empezar su campaña presidencial apenas nueve meses después de instalados, y con potenciales candidatos sentados en los escaños, no iba a ser tan dócil ni tan manso, y sí muy proactivo, propositivo y “productivo”.

Por eso sorprende que haya muchos “sorprendidos” con la actual actitud de “los padres y madres de la patria”.

Las leyes y proyectos que aprueba y plantea este Parlamento han provocado que se empiece a señalar que este Congreso es igual al anterior, y que quizás sea bueno que el Presidente evalúe tener los mismos gestos –léase cuestión de confianza o “estate quieto”– que tuvo con sus enemigos del pasado.

El problema para el Presidente es que la situación quizás no sea la misma.

El anterior Parlamento “ayudó” mucho al jefe de Estado en generar la necesidad de enfrentarlo, “pecharlo”, arrinconarlo, y, finalmente, –con excusas fácticas– cerrarlo.

El Congreso ha tomado vida propia, y ahora los gestos políticos (populistas o “a favor del pueblo”) los tienen los congresistas. ¿Qué hará el Presidente?


Los excongresistas dedicaron todos sus esfuerzos a la lucha política “contra”; trataron de aprovechar todos los recursos legislativos para –abiertamente- desestabilizar al Gobierno y debilitarlo en el corto plazo; era notoria su rabia y encono en cada acto que denominaban de fiscalización o control político; y acumularon tantos errores –por acción y por omisión– que “se ganaron” la desaprobación casi unánime de la población. La gran mayoría de los ciudadanos –que percibían que el Congreso no hacía nada por ellos, a diferencia del Gobierno que ofrecía todas las reformas a favor del pueblo–, y las encuestas, exigían su salida.

Hoy, en cambio, tenemos congresistas que se esmeran por hacer cosas “a favor de”; están “en contra” de lo que la ciudadanía también rechaza; no buscan desestabilizar ni debilitar al Gobierno; son muy “proactivos” y tratan de estar un paso más adelante que el Gobierno cuando de beneficiar a la población se trata; tienen mucho cuidado en todo lo que es fiscalización y control político porque no quieren que los perciban como “obstruccionistas”; y todavía no cometen errores que hagan que la población olvide sus iniciativas “a favor”. Escándalos mayores todavía no hay.

Si las encuestas se dedicaran a medir la aprobación de este Congreso como hacían con el anterior, e incluyeran en sus preguntas la opinión de la población sobre cada una de las leyes aprobadas por este Congreso, el Presidente quizás tendría serios competidores en los niveles de aprobación y de cercanía con la población.

Pueden ser muy cuestionables las motivaciones y los objetivos de cada una de las leyes que se aprueban y los proyectos que se presentan en el Congreso, y las consecuencias para el país pueden ser terribles; pero los congresistas saben que están haciendo “lo que le gusta a la gente”, “lo que la gente quiere”, y una buena parte de la gente quizás percibe que el Parlamento está legislando “a favor del pueblo”, “para los pobres”, “a favor de las grandes mayorías”, “en contra de los grupos de poder”, “en contra de los monopolios”, “en contra de los ricos”.

Es muy difícil que la gran mayoría de la ciudadanía exija una “rigurosa evaluación técnica” o una “larga e intensa discusión en comisiones”, cuando se trata de que le devuelvan sus fondos de la AFP, que le devuelvan su dinero de la ONP (¿?), que se controle el precio de las medicinas, que se congelen los alquileres, se rebaje al 50% la pensión de los colegios, se imponga un impuesto a las grandes fortunas, y un largo etcétera de iniciativas que la población aprobará y defenderá rápidamente sin dudas ni murmuraciones.

Y allí radica precisamente el problema del Presidente, que en base a encuestas y referéndums actualizó aquello de que “la voz del pueblo es la voz de Dios”. Acostumbrado a tratar de sintonizar (desde el cierre del Parlamento hasta la postergación definitiva de Tía María) con “lo que la gente quiere”, y a cuidar su imagen y aprobación en las encuestas, tiene ahora como competidor “avispado” al fruto de sus esfuerzos y de sus gestos, que en base a leyes y proyectos puede poner constantemente en jaque al Gobierno (¿observar o no observar?, ¿hacer cuestión de confianza o no hacerla?) y va a buscar convertirse –a diferencia del anterior– en “el amigo de todos”. Recordemos además que el Gobierno solo puede tratar de frenar al Congreso con cuestiones de confianza o amenazas de cierre hasta julio, porque después de eso ya no puede hacerlo.

¿Cómo atacar frontalmente a un Congreso que él gestó para demostrar que podía ser mucho mejor que el que él cerró?, ¿cómo atacarlo frontalmente si hace “lo que pide la gente”, es muy proactivo, es muy “ejecutivo”, y no es obstruccionista?, ¿cómo atacar a un Congreso que quizás esté subiendo en las encuestas a niveles nunca antes vistos?

El otro tema es que no se sabe con exactitud qué es lo que le molesta al Presidente. No hemos escuchado al Presidente atacar frontalmente y señalar su total desacuerdo con el fondo de las iniciativas del Congreso. Lo que nos ha dicho es que sus iniciativas son inoportunas, que no es el momento para hacerlas, que no pueden hacerlas solos, que deben coordinar o que deben tener mejor sustento técnico.

Da la sensación de que lo que al Presidente le preocupa es que el Congreso arme su fiesta y se mande solo, sin su autorización ni participación; que vaya más allá de lo que el Ejecutivo hace; o que se atreva a tocar lo que el Ejecutivo ya aprobó. Porque, en el fondo, las diferencias parecen no ser muy abismales.

En el caso de las AFP, el Ejecutivo y el Congreso parecían competir sobre quién permitía un mayor retiro y quién criticaba más fuerte, y ahora lo que se reclama es que el Congreso haga la reforma solo. En el caso del impuesto a los mayores ingresos o a las fortunas y patrimonios, ambos anunciaron sus intenciones y proyectos y no había mucha diferencia. Para los colegios, las medicinas y los alquileres, con estilos y énfasis diferentes, apuntan más o menos a lo mismo. Y en el caso de los penales, ambos han tratado de deshacerse de una papa caliente, el Ejecutivo tirándole la pelota al Congreso, y este devolviéndola a la cancha del Gobierno.

El Congreso ha tomado vida propia, y ahora los gestos políticos (populistas o “a favor del pueblo”) los tienen los congresistas. ¿Qué hará el Presidente?

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