En agroexportación necesitamos más servicios intensivos en conocimientos (incluida biotecnología), maquinaria y equipo, y una mejor inserción de los pequeños en las cadenas de valor. (Foto: GEC)
En agroexportación necesitamos más servicios intensivos en conocimientos (incluida biotecnología), maquinaria y equipo, y una mejor inserción de los pequeños en las cadenas de valor. (Foto: GEC)

En una entrevista en este diario hace algunas semanas, Waldo Mendoza indicó que las políticas transversales sugeridas tanto en el plan de competitividad del como del Consejo Privado de la Competitividad eran una lista genérica sin impacto en el corto plazo. Que en su lugar tienen sentido políticas sectoriales como las que se utilizaron en la minería y en la hace algunas décadas. Que ya era hora de perder el miedo y debíamos escoger otros motores.

Los argumentos de Waldo son pertinentes, con dos precisiones. Primero, dadas nuestras necesidades de generar buen empleo, tenemos que buscar poner en valor la mayor cantidad de sectores posibles. Podemos priorizar tal vez, pero solo secuencialmente. Segundo, encender nuevos motores requiere mucho más que escoger un par de sectores y darles beneficios. El mayor reto está en la ejecución.

Me explico. Será muy difícil replicar (en velocidad y dimensión) el éxito agroexportador en el corto plazo. El boom fue el resultado de la confluencia de condiciones naturales muy favorables (climáticos y estar cerca a puertos), una demanda creciente por productos frescos en el hemisferio norte y políticas publicas que venían de atrás (como proyectos de irrigación tipo Chavimochic, la inversión del US AID para promover el espárrago, la creación y fortalecimiento del Senasa).

La ley de Promoción Agraria ayudó a que esas condiciones favorables resulten en un boom que es caso de estudio en América Latina. En lugar de pensar en un par de motores adicionales, debemos buscar encender todos los posibles y aprovechar más los existentes. Si no, no nos va a alcanzar. Generamos muy poco empleo. No duplicaremos nuestras agroexportaciones sembrando más arándanos en la Libertad.

Además de renovar la ley de promoción agraria, necesitamos recuperar el , hacer algo con el INIA (sobre todo para los más pequeños). Y necesitamos Majes II. Al estar en un piso ecológico tan distinto nos permitiría producir otros cultivos y en distintos meses. Es como estar en Uruguay, solo que mejor. Y debemos ser mucho más ambiciosos con la generación de capacidades.

En minería, el Perú debería ser un centro mundial de I+D, de empresas de servicios mineros y de maquinaria. Algo está ocurriendo, pero a pequeña escala. En agroexportación necesitamos más servicios intensivos en conocimientos (incluida biotecnología), maquinaria y equipo y una mejor inserción de los pequeños en las cadenas de valor.

Todo ello requiere mucha gestión, ejecución y trabajo colaborativo público-privado. Lo mismo ocurrirá con los nuevos sectores. Tomemos el caso de plantaciones forestales, donde tenemos condiciones naturales inmejorables. Nuestra productividad (crecimiento de metros cúbicos de madera por hectárea por año) es la más alta del mundo. El costo de la tierra es bajo y hay amplia oferta. Pero no es suficiente. Necesitaremos hacer muchas cosas bien.

Imaginemos que haya financiamiento a intereses bajos para pequeños propietarios. ¿Quién garantizará que utilicen las semillas adecuadas? ¿Que no se corte la madera muy pronto ante falta de liquidez? ¿Que los costos de reforestación se mantengan controlados? Se necesita acompañamiento continuo y parte de esa tarea la debe hacer el Estado.

Si no, se producirá un forado fiscal. Pero el INIA no ha generado ninguna capacidad forestal y se necesita el nuevo CITE forestal de Pucallpa. Y si queremos atraer grandes inversiones en el sector necesitamos saneamiento de tierras. Existen algunos programas, pero terriblemente gestionados, que no han articulado a los actores nacionales y subnacionales. No lograron nada. Es decir, incluso para un sector con tanto potencial (ex ante), se requiere mucha gestión.

Esto me lleva al segundo y más importante punto: la política industrial tradicional (escoger ganadores, darles beneficios y esperar a ver resultados) no es la adecuada. Ahora hay mayor incertidumbre tecnológica, cambios en los métodos productivos (producción avanzada, con mejora continua, innovación colaborativa, etc.) y demanda de mercado por trazabilidad, sostenibilidad ambiental, estándares laborales, sanitarios. Todo ello implica necesidades crecientes de coordinación dentro del sector privado, dentro del sector público y entre ambos.

Por ello la política industrial moderna debe ser un “proceso” de colaboración público privado. Donde se admite que la implementación es tan importante como el diseño en la política pública. Y se acepta que no existe una hoja de ruta que simplemente debe ser recorrida o una receta que deba ser aplicada. Las circunstancias en el desarrollo son cambiantes.

Es necesario tener flexibilidad para reaccionar y resolver problemas colaborativamente. Para avanzar hacia el desarrollo, el Perú requerirá la generación de abundante empleo y el florecimiento de sectores intensivos en conocimiento (usando los RRNN como trampolín y propulsados por innovaciones locales). Ello no va a pasar sin políticas públicas informadas por una continua colaboración público-privada.

Necesitamos generar muchos nuevos motores y fortalecer los existentes, pero deben ser varios y para ello debe asegurarse que se creen las transmisiones y los engranajes necesarios para que jalen a toda la economía.