El presidente de Argentina, Alberto Fernández. (Foto: AFP)
El presidente de Argentina, Alberto Fernández. (Foto: AFP)

NUEVO GOBIERNO. Alberto Fernández acaba de asumir la Presidencia de Argentina, con lo que el peronismo vuelve al poder en una economía en crisis, la cual no pudo resolver el ahora expresidente Mauricio Macri. En las primeras declaraciones, el nuevo ministro de Economía del país, Martín Guzmán, advierte que, para pagar la deuda, el PBI argentino debe volver a crecer, señalando un virtual impago de sus compromisos. La economía rioplatense se contrajo en el 2018 y se prevé que se mantenga cuesta abajo hasta el 2020.

Pero, por ahora, el nuevo ministro acierta en el diagnóstico de una necesidad de equilibrar sus ingresos con sus gastos. La reacción inicial ha llevado a un alza de 1.38% en la bolsa argentina y a una caída del riesgo país, mientras el dólar se mantiene sin mayor variación, dada la intervención del banco central y los planes para continuar con las restricciones a las compras de dólares.

Asimismo, el nuevo Gobierno ha expresado su disposición a entablar negociaciones con el Fondo Monetario Internacional para buscar una reestructuración que ofrezca un alivio en su pago de deuda. El organismo internacional está dispuesto al diálogo, pero desea ver un plan económico, y es allí donde podría llegar un entrampamiento. El nuevo Gobierno deberá implementar un plan que revierta el déficit fiscal actual, y para ello cuenta con poco espacio para lograrlo, dado un panorama mundial no muy alentador.

Macri no pudo llevar a cabo medidas para corregir la economía argentina ante las presiones sociales, y queda la duda de si el nuevo Gobierno se atreva a hacerlo. Y es que aún están frescos los recuerdos de las políticas populistas de la expresidenta y actual vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner.

Argentina urge de fondos, y el optar por medidas heterodoxas que se han registrado en gobiernos peronistas previos puede espantar a los inversionistas y alejarla de nuevo de los mercados financieros, pese a las buenas intenciones en las negociaciones de deuda. Las opciones son ahora limitadas y los retos parecen ser los mismos desde hace varios años, en una economía que, a juzgar por los resultados, poco ha hecho para sostener un ritmo de crecimiento.