El mandatario señaló que planteará la cuestión de confianza por cinco de los proyectos de la reforma política. (Foto: Rolly Reyna / GEC)
El mandatario señaló que planteará la cuestión de confianza por cinco de los proyectos de la reforma política. (Foto: Rolly Reyna / GEC)

CUESTIÓN DE CONFIANZA. El anuncio del presidente Martín Vizcarra, ayer, solo es el corolario de la forma en que los tres poderes del Estado han defraudado al país y evidencia que la clase política peruana no es capaz, hasta ahora, de hallar soluciones por la vía del diálogo y más bien se mantiene en permanente confrontación.

El mandatario en mensaje a la Nación dijo que presentará ante el Congreso “cuestión de confianza respecto de las políticas de Estado de fortalecimiento institucional y lucha contra la corrupción”, en base a cinco proyectos específicos. Justificó su decisión en los acuerdos tomados por el Parlamento en las últimas semanas, sobre todo por el archivamiento del proyecto para modificar la inmunidad parlamentaria y de la denuncia constitucional contra el exfiscal Chavarry.

La decisión del presidente está prevista en la Constitución y no se equivocan quienes lo ven como una presión al Congreso, pues esa es su finalidad. Sin embargo, saltar de allí al cierre del Parlamento puede ser excesivo —y jugarle en contra a Martín Vizcarra si se considera que eso es lo que estaría esperando la mayoría de la población—, sobre todo porque los parlamentarios pueden decidir otorgarle la confianza sin mayores problemas.

De los doce proyectos de reforma política planteados inicialmente el presidente ha optado por priorizar cinco iniciativas, solicitando que su aprobación sea “sin vulnerar su esencia”, una frase ambigua, pues no necesariamente implica que se aprueben sin cambios, y no se sabe exactamente qué entiende el mandatario por esencia. Lo mismo ocurrió el año pasado cuando se discutía el proyecto para el referéndum.

Si el comportamiento del Congreso fue errado, el Ejecutivo tampoco supo comportarse a la altura. Buscar consensos no puede implicar una sola reunión. Al Ejecutivo le correspondía trabajar más con su bancada para convencer al resto sobre la conveniencia de sus propuestas.

Tampoco ayuda que los ministros seolviden de su calidad de autoridad y hablen como ciudadanos de a pie. Lo mismo se puede decir de algunos fiscales. Es importante que el presidente tenga sus prioridades, pero estas no pueden servir para estar en enfrentamientos permanentes.

Si como dijo en su discurso, desde el inicio el mandatario fue consciente de la inestabilidad institucional, entonces su labor era trabajar para contrarrestarla y no ahondar en ella. Es necesario llevar adelante la reforma política, lo cuestionable es cómo se quiere hacer, tanto por parte del Parlamento que se resiste al debate, como por el Ejecutivo que pretende que sus iniciativas se aprueben sin cambios.

Ambas actitudes no correspondena una democracia. Lo peor, si ambos poderes no reflexionan, es que el “hasta las últimas consecuencias”
del presidente implique cerrar el Congreso.