VIII Cumbre de las Américas
VIII Cumbre de las Américas

FORO INTERNACIONAL. La VIII Cumbre de las Américas no está atrayendo cobertura mediática por su tema central –la corrupción– ni por los jefes de Estado y de Gobierno que asistirán, sino por las ausencias de los presidentes Donald Trump y Nicolás Maduro. El primero canceló su asistencia por la situación en Siria, aunque también debe haber influido el allanamiento de la oficina de su abogado en Nueva York, mientras que el segundo ha dicho que su presencia habría sido “una pérdida de tiempo”. En realidad, el Gobierno peruano le retiró la invitación.

Tanto Trump como Maduro son proclives a hacer declaraciones altisonantes y proferir amenazas a diestra y siniestra, de modo que se ha esfumado la oportunidad de contar con titulares vendedores, y de verlos en la misma foto oficial del evento. Por su parte, el mandatario estadounidense habrá desaprovechado la ocasión, pues su primer viaje oficial a América Latina le hubiese servido para enmendar el rumbo de las relaciones de su Gobierno con la región, que se encuentran bastante resquebrajadas.

La semana pasada, la Casa Blanca informó que Trump iba a pedir a América Latina que considere a su país como su “socio preferido” en temas económicos y comerciales, frente a la “agresión económica” de China. Pero tal vez su ausencia permita al resto de participantes –y a los medios– enfocarse en los problemas que aquejan al continente y prestar atención a las recomendaciones que planteen los diferentes foros que se realizan desde el martes, entre ellos los de pueblos indígenas, jóvenes y empresarios.

La cumbre lleva por título “Gobernabilidad democrática frente a la corrupción” y ciertamente habrá mucho que hablar sobre el particular. Es que las democracias latinoamericanas, todavía jóvenes, no han podido deshacerse de una debilidad que está más asociada con las dictaduras –de izquierda y de derecha–, de modo que se hace necesario hallar formas de transparentar el accionar de los gobiernos y sus relaciones con sus proveedores.

Más allá de este enorme obstáculo, se hace necesario incluir en las discusiones problemas como la inequidad de ingresos, la dificultad para pasar del crecimiento al desarrollo, la violencia de género, los derechos de las minorías, el racismo y, por supuesto, la inmigración, sobre todo de los miles de venezolanos que se han visto obligados a dejar su país en busca de trabajo –y tranquilidad–.

Un país de nuestro continente puede servir como ejemplo para empezar a superar algunas de esas dificultades. Es Canadá, pero si el esfuerzo para mejorar parece muy cuesta arriba, se podría comenzar por mirar a uno latinoamericano: Uruguay.