PERSPECTIVAS. Pese a que la mayoría de analistas la ha revisado a la baja, el BCR no modificó su proyección de crecimiento del PBI peruano para el 2022 (3.4%) en su Reporte de Inflación (RI) publicado el fin de semana. Ello debido a que en su RI anterior, hace tres meses, ya había tomado en cuenta el impacto negativo de la reducción de la confianza empresarial –que afectaría las decisiones de inversión y, por ende, los planes de producción–. Acorde con ese análisis, también mantuvo su proyección de aumento de la inversión privada: un nada auspicioso 0%, frente al notable 36% de este año.
El trato cauteloso de esos indicadores clave para el 2022 tendría como asidero otros supuestos menos permeables, aunque no inmunes, a los actos y mensajes del presidente Pedro Castillo y gran parte de sus colaboradores. Así, el BCR espera que continúe la vacunación y la consiguiente normalización gradual de los hábitos de gasto, lo que impulsaría la actividad no primaria y la recuperación del mercado laboral. También anticipa condiciones adecuadas para la pesca, la normalización de la producción de hidrocarburos y la entrada en operación del proyecto cuprífero Quellaveco.
Sin embargo, no menciona si estos supuestos dependen de que las comunidades aledañas y otras no tanto –como en Las Bambas– permitan el normal desarrollo de la extracción de gas, petróleo y metales. Tampoco advierte del riesgo de que la confianza siga en declive si el Gobierno continúa proclamando “nacionalizaciones” u otros despropósitos, aunque el presidente de la entidad, Julio Velarde, sí se refirió al deterioro de las expectativas empresariales tras el anuncio de cierre de minas, en noviembre.
El RI permite concluir que la economía peruana es muy resiliente. Este año crecerá 13.2% (1.3 puntos porcentuales más de lo proyectado en setiembre), aunque el mérito corresponde al efecto estadístico y a la prudencia del Gobierno anterior, pues el empuje ocurrió en los tres primeros trimestres. Cabría preguntarse cuánto más podría crecer el PBI en el 2022 si no hubiese el actual despelote, aunque hay riesgos que si no son bien manejados podrían provocar un resultado menor al esperado: la persistencia de la inflación, aunque hay herramientas para contenerla; la tentación de elevar el gasto corriente, pues se proyecta un déficit fiscal inferior al fijado en la regla fiscal, y una mayor fuga de capitales, que este año fue la más alta desde que se tienen registros (1950). ¿Será posible detener la caída de la confianza? La respuesta y la responsabilidad están en manos de Castillo.