Educación. El gran problema es que solo el 39.3% de hogares en el país cuenta con acceso a Internet. (Foto:  EFE/ José Jácome)
Educación. El gran problema es que solo el 39.3% de hogares en el país cuenta con acceso a Internet. (Foto: EFE/ José Jácome)

Educación. El lunes se inició oficialmente el año escolar y dado que las clases presenciales están suspendidas, el Gobierno ha implementado una plataforma de educación a distancia –llamarla “virtual” sería una exageración– que, para superar la falta de acceso a Internet de la mayoría de estudiantes, utiliza la transmisión por radio y TV. La dificultad es que con estos medios no es posible la interacción en tiempo real. Es entendible que es la mejor solución que se pudo aplicar frente a la brecha digital existente.

El gran problema es que solo el 39.3% de hogares en el país cuenta con acceso a Internet. Ese dato proviene de un informe del INEI que cubre el trimestre móvil julio-setiembre del 2019. En Lima Metropolitana, el acceso es de 60.6%, en el resto urbano, 41.3%, y en el área rural, apenas 4.8%. Es que a diferencia de lo que muchos afirman, que el Covid-19 no distingue entre clases sociales, en realidad sí tiene efectos distintos, por ejemplo, cuando se trata de adaptar la educación básica a las medidas de distanciamiento social.

La mayoría de colegios privados, que iniciaron clases antes que los estatales, vienen aplicando la educación virtual, pero con estrategias y resultados muy dispares. No existía un manual de cómo adaptar las clases a esta nueva realidad, muchos colegios no están preparados para asumir el reto ni el ministerio para supervisarlos. Los padres tampoco parecen muy convencidos de la modalidad virtual y están divididos entre quienes creen que se está dejando mucha tarea y quienes consideran que el trabajo es muy superficial. En el sector privado, al problema de las clases virtuales se sumará el tema del pago de las pensiones.

En el sector público el tiempo para buscar los mecanismos alternativos a las clases presenciales ha sido un poco mayor, pero eso tampoco asegura su eficacia. El entusiasmo y las ganas a veces no bastan para conseguir los logros, que en este caso dependerán no solo de los docentes sino del apoyo de casa y las facilidades que encuentren los estudiantes para acceder a esta educación a distancia.

Esta experiencia tiene que servir como ensayo para el futuro, y para que el Estado entienda de una buena vez que tiene que reducir significativamente la brecha de desigualdad entre los niños y jóvenes que se educan en colegios públicos –o colegios privados para hogares de ingresos medios y medios bajos– y los que se educan en colegios privados modernos, los únicos que tienen la oportunidad de aprovechar al máximo la educación virtual.