CONGRESO. Desde hace unas semanas existe una tensa relación entre la prensa y el Parlamento. Las denuncias de más de un medio de comunicación sobre algunos gastos en los que está incurriendo el Poder Legislativo han generado airadas respuestas por parte de varios congresistas, principalmente de su presidente,

La incomodidad ha terminado en una velada amenaza para lo cual se ha utilizado el proyecto de ley que busca limitar la publicidad estatal en los medios de comunicación privados. Así, en momentos en que el Ejecutivo impulsa una política de austeridad, el Congreso comenzó a ser fiscalizado por algunos rubros considerados inconvenientes, lo cual generó que Galarreta respondiera que aprobarían la ley “para que saquen la publicidad (estatal) de algunos medios mermeleros”. Luego de días de silencio volvió a la carga en una conferencia de prensa, en la cual se ratificó en lo dicho, sin ofrecer ninguna disculpa, pero dijo que no había sido una amenaza y que el calificativo “mermelero” no incluye a todos los periodistas por lo que a su criterio no deberían sentirse aludidos. A modo de argumento dijo que él no se siente aludido cuando de manera general se les llama otorongos o se insulta a los congresistas.

Se entiende perfectamente que Galarreta intente justificar las compras presupuestadas (aunque haya dado marcha atrás en alguna de ellas) y cuente con argumentos para hacerlo, sin necesidad de perder la calma.

El presidente del Parlamento y todos sus integrantes tienen su punto de vista respecto a la ley que busca limitar la publicidad estatal en los medios de comunicación privado y la prensa también tiene la suya, pero en ningún momento el agravio puede ser el foco del debate. Además, no resulta pertinente responder a un cuestionamiento con un ataque a la prensa, aunque sea a solo un sector.

Es cierto que, en las críticas al Congreso, a veces se recurre a los insultos más que a los argumentos, una práctica que debería desterrarse, pero eso de ninguna manera justifica una respuesta similar por parte de ninguna autoridad, máxime cuando esta ha sido elegida con el voto popular. La ley del talión se abolió hace siglos.