Congreso de la República
Congreso de la República

CONGRESO. Si la población tuviera que usar una sola palabra para definir al Parlamento, seguramente sería “obstruccionista”. Es verdad que la bancada mayoritaria replicaría que le han dado el voto de investidura a todos los gabinetes, que aprobaron las facultades delegadas y varios proyectos. Sin embargo, en ninguna oportunidad la votación a favor se consiguió fácilmente, hubo mucho tira y afloja, e inclusive en algunos casos las iniciativas derivadas de las facultades legislativas otorgadas al Ejecutivo fueron derogadas o modificadas, mientras que otras veces fueron postergadas.

Tres años después, la mayoría de agrupaciones representadas en el Parlamento prácticamente se han convertido en bancadas unipersonales, pues ahora los votos muchas veces son a título personal y ya casi no responden a los partidos políticos.

Estos comportamientos han minado la credibilidad del recinto de la Plaza Bolívar frente a la población. Hoy resulta muy difícil que se puedan defender sus acciones. A pesar de ello, el Congreso, como institución, es un pilar para la democracia, ya que constitucionalmente allí están representadas las diferentes vertientes del país, lo cual le da legitimidad.

Lamentablemente, en los últimos quinquenios la actuación de los que ocuparon los escaños socavó la majestad de la institución y la llevaron a implosionar, pero ello no puede llevar a menoscabar su autonomía. En ese sentido, se equivoca el presidente Martín Vizcarra, pues ha decidido juzgar al Parlamento desde su actuación en el corto plazo sin pensar en lo que puede significar para la democracia. Es decir, no está pensando en la institución sino en las personas que la conforman hoy, y recuperar la institucionalidad del país implica hacer todo lo contrario.

Es innegable que se necesitan cambios en la estructura del Congreso, los cuales van desde la forma en que se elige a sus integrantes —una modificación que el país exige desde hace varios años pero que siempre ha encontrado resistencia—, hasta al staff de asesores y trabajadores que prestan servicios a los parlamentarios y cuyos puestos se cubren muchas veces más por intereses políticos y no por la calidad y los conocimientos de los seleccionados.

Las instituciones deben estar por encima de las personas y la labor de las autoridades es no olvidarlo. Pero asimismo es importante que sus integrantes estén a la altura de la entidad que representan. El próximo martes veremos si el Legislativo y el Ejecutivo pueden mirar más allá del hoy.