(Foto: GEC)
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1. Hoy termina el año 2020. Para muchos, este ha sido el peor año del que tienen recuerdo y, por eso, preferirán olvidarlo. Sin embargo, sería un grave error. Debemos analizar por qué nos pasó todo lo que nos pasó en este periodo nefasto. Sin duda, la aparición y propagación mundial del covid-19 fue el shock más importante que afectó la salud y la economía a escala global. Nosotros, sin embargo, encabezamos el ranking de muertes por millón de habitantes y también sufrimos una de las caídas económicas más estrepitosas. El shock sanitario fue el mismo para todos, pero a nosotros nos golpeó más que a los demás. ¿Por qué?

2. La respuesta no se encuentra en las características estructurales o culturales del país –a otros países de la región que tienen características similares les fue bastante mejor–, sino más bien en la deficiente gestión que hicimos de la crisis, tanto sanitaria como económica. Recordemos que el shock externo nos encontró con una solidez macroeconómica muy grande y que fuimos uno de los primeros países en reaccionar dictando una cuarentena generalizada para prevenir la difusión del virus, mientras ganábamos tiempo para supuestamente tomar medidas adecuadas para hacer frente al problema.

3. Sin embargo, el tiempo ganado se desperdició. En el frente sanitario, nos demoramos mucho en obtener las pruebas de detección, en proveer los equipos de bioseguridad necesarios, en conseguir el equipamiento y los insumos para los hospitales, en dictar los protocolos requeridos, y, ahora, nos enteramos de que tampoco se compraron las vacunas que supuestamente se habían negociado con diferentes laboratorios. En el frente económico, la insuficiente coordinación con el sector privado, los titubeos del MEF y el haber ignorado el carácter dual de nuestra economía –con un enorme sector informal– impidieron tener una respuesta más eficiente y eficaz a la crisis.

4. La gestión pública fue deficiente y poco transparente, a pesar de las innumerables presentaciones del expresidente Vizcarra y sus ministros a la prensa. No se dijo la verdad sobre el número de muertos, se tuvo poco interés en sincerar las cifras y se nos mintió respecto de las vacunas. En un acto populista de triste recordación, Vizcarra amenazó veladamente con expropiar clínicas privadas, en vez de prepararnos para enfrentar la segunda ola que ahora nos amenaza.

En materia económica, se anunciaron programas extremadamente ambiciosos imposibles de ejecutar, se trató de transmitir la idea de un activismo fiscal muy grande. Lo cierto es que a fines de agosto, el gasto público había permanecido invariable respecto al mismo periodo del 2019, mientras que la recaudación había colapsado –en parte– debido a políticas públicas inadecuadas.

5. Por otro lado, el nuevo Congreso propuso y aprobó un conjunto de medidas populistas que dificultaron aún más la gestión de la economía y que entorpecerán su recuperación. Una medida tras otra, hasta que enfilaron contra Vizcarra y lograron vacarlo, generando una crisis política innecesaria pocos meses antes de las elecciones. Producto del descalabro político casi se entrega el Ejecutivo a la izquierda marxista, la misma izquierda radical que ahora pretende imponer aumentos salariales desde el Congreso y la que seguramente seguirá debilitando la economía de mercado en el Perú, con el enorme costo que eso acarrea para nuestro futuro.

6. ¿Qué aprendemos del 2020? Que la debilidad institucional, la gestión pública deficiente y los líderes políticos irresponsables son todos factores que socavan nuestras posibilidades de desarrollo. Para que el 2021 sea efectivamente un año mucho mejor que el que acaba, debemos de trabajar en mejorar estos tres factores. ¡Hagámoslo! Es un buen propósito para el año nuevo.

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