Redacción Gestión

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PERSPECTIVA. Para la mayoría de países, un crecimiento del PBI de 5% al año sería un lujo, pero como los peruanos nos hemos acostumbrado a tasas de 6% y hasta 8%, cualquier estimación que se sitúe por debajo de estos porcentajes nos deja una sensación de que el apocalipsis está por llegar. Sin embargo, debemos recordar que todavía vivimos en una economía subdesarrollada y que si la expansión de la producción se sitúa por debajo de su nivel potencial –que según los expertos está unos puntos básicos por encima del 6%–, nos costará más tiempo subir el siguiente escalón y ser considerados emergentes. La buena noticia es que los analistas estiman que el ansiado repunte ocurrirá en el segundo semestre. Es decir que a partir de julio el crecimiento del superará el nada bien visto 5% y se acercará a sus promedios de años previos, gracias a varios factores. El primero de ellos será el efecto estadístico, ya que la base de comparación –el segundo semestre del año pasado– es baja. Por otro lado, se esperan mejores condiciones en el mercado internacional, lo cual repercutirá positivamente en las exportaciones.

Asimismo, están en cartera varios proyectos mineros de gran envergadura, además de otras inversiones significativas en infraestructura, y como ha dado señales de haber despertado de su letargo, es posible que se concreten nuevas concesiones –y se entreguen las pendientes–, ya que ayudarán a dinamizar las actividades vinculadas con la construcción.

La gran incógnita serán las turbulencias, que en el 2013 se trajeron abajo todas las buenas intenciones. En el lado externo, está pendiente el efecto que causará la finalización paulatina de la política de flexibilización monetaria de la Reserva Federal de Estados Unidos, así como el comportamiento de la economía china y de otras emergentes. Aunque el contexto externo no debe soslayarse, la principal preocupación serán las turbulencias internas. Y no nos referimos al clima sino a las controversias que suele crear el Gobierno. Es por ello que las confrontaciones y los intentos de reconvertir al Estado en empresario deben ser descartadas de la agenda oficial, pues un ambiente sin sobresaltos innecesarios permitirá que la inversión privada crezca todo lo posible.