Ni la informalidad ni la salud pública deficiente hacían inevitable nuestra crisis actual. En la región hay varios países con brechas estructurales mayores, pero hasta ahora ninguno tiene resultados tan adversos en ambos frentes. (Foto: GEC)
Ni la informalidad ni la salud pública deficiente hacían inevitable nuestra crisis actual. En la región hay varios países con brechas estructurales mayores, pero hasta ahora ninguno tiene resultados tan adversos en ambos frentes. (Foto: GEC)

Alfonso de la Torre - Piero Ghezzi - Alonso Segura

Los resultados tras el confinamiento, tanto en salud como en economía, han sido decepcionantes. Cifras de ‘exceso de fallecidos’ se ubican por encima de 35 mil y el consenso es que tendremos este año una contracción del PBI de por lo menos 12%, la mayor caída en 100 años.

¿Por qué nos va tan mal? Se han desarrollado varias narrativas. Una primera es que la situación actual responde a nuestras limitaciones estructurales. Según el Gobierno es el mejor escenario posible dado el punto de partida. Una segunda minimiza los factores estructurales y atribuye toda la crisis a mala gestión. Una tercera, la narrativa empresarial, reconoce errores de gestión pero los atribuye a la falta de colaboración con el sector privado, apuntando su artillería de manera selectiva a algunos sectores (Produce, MTPE) pero no a otros (MEF).

Todas tienen algo de verdad, pero también yerran de manera importante. Minimizar los factores estructurales sería irresponsable. También lo sería escudarse tras ellos. Por sí solos no explican (y menos justifican) los pobres resultados. Los errores de gestión se han dado precisamente por no reconocer estas debilidades en su debida dimensión. Cuando se diseñan e implementan políticas públicas es vital considerar las condiciones de partida. Eso es algo que el Gobierno en su conjunto no ha hecho.

“Las barreras para avanzar hacia el desarrollo han sido la falta de interés real, de liderazgo y de capacidades”.


Por ejemplo, no es que recién hayamos descubierto que el Perú es informal. Y justamente por ello debió reconocerse que la cuarentena podía ser estricta o larga, pero no ambas cosas a la vez. Con la información disponible en la quincena de marzo, la cuarentena generalizada y estricta estaba justificada. Con la disponible en la quincena de abril, no. Para entonces era evidente que el ‘martillo’ era blando cuando se trataba del sector informal. En lugar de corregir, el Gobierno redobló la apuesta, con sucesivas extensiones sin ningún ajuste significativo hasta fines de mayo. No se implementó un sistema de seguimiento y aislamiento de casos. Tampoco se controlaron focos de contagio como mercados y transporte. Y nunca se lanzó un programa de subsidio y distribución de mascarillas.

Del mismo modo, las deficiencias del sector salud eran ampliamente conocidas. Sin embargo, la emergencia sanitaria, cuyo objetivo es permitir compras para equipamiento, se declaró casi en simultáneo con la cuarentena. Esta decisión tardía devino en la demora prolongada en adquisiciones críticas, como equipos y pruebas, que condicionaron la capacidad de respuesta.

Ni la informalidad ni la salud pública deficiente hacían inevitable nuestra crisis actual. En la región hay varios países con brechas estructurales mayores, pero hasta ahora ninguno tiene resultados tan adversos en ambos frentes.

El milagro que no fue

Para revertir nuestras debilidades estructurales debemos entender por qué persistieron durante la bonanza macroeconómica. En los últimos meses ha ganado tracción el argumento de que los ahorros generados en los últimos 25 años -aquellos que hicieron del Perú un supuesto ‘milagro’-, son resultado de una visión ‘fiscalista’, que privilegió la fría ‘macro’ por encima de una agenda de desarrollo.

Es cierto que nuestro modelo no contenía la semilla del desarrollo. Se había descuidado los pilares que no solamente tienen mayor impacto en la calidad de vida sino que también determinan la sostenibilidad del crecimiento (Ghezzi y Gallardo, 2013). Y la noción del Perú como ‘milagro económico’ ya había empezado a desgastarse incluso antes del covid-19.

Pero la explicación fiscalista de nuestros problemas es incompleta. Las barreras para avanzar hacia el desarrollo han sido la falta de interés real, de liderazgo y de capacidades. Hubo mucho mayor escasez de ideas y voluntad colectiva que de dinero para implementarlas.

Ello deviene en dos tipos de problemas. El primero, la prevalencia de errores de omisión más que de comisión. Es errado culpar a lo que se hizo (prudencia fiscal, acumulación de reservas, credibilidad monetaria, etc.), en vez de a lo que se dejó de hacer.

El segundo, la imposibilidad de que políticas de gobierno se vuelvan de Estado. Dos ejemplos recientes son la reforma educativa y la política productiva. La reforma educativa es ahora una fábrica de aumentos salariales, y la reforma universitaria solo subsiste a trompicones. La segunda, representada por la diversificación productiva, fue abandonada en el 2016.

La falta de éxito de la reforma de salud iniciada a comienzos de la década pasada grafica estos problemas. El dinero no fue el problema más importante. Entre el 2010 y el 2015 se aumentó el gasto público en salud 114% -mayor inclusive al incremento de 89% en educación-. Hubo enormes brechas por cerrar y quizás se cometieron errores de diseño e implementación. Pero crucial fue la falta de un esfuerzo continuo por profundizar las reformas y corregir lo que no funcionaba. Ello se refleja en la sustancial desaceleración del gasto en salud durante los últimos cuatro años.

Nuestro ‘colchón’ fiscal no se construyó a costa de nuestras debilidades estructurales sino pese a ellas. Atender nuestras deficiencias en salud, educación o seguridad no requiere abandonar las políticas de buen manejo macroeconómico. Es una falsa dicotomía. Si el covid-19 nos ha exhibido como un ‘pobre con plata’ (Vergara dixit) es en parte porque muchos se creyeron el ‘cuento’ del milagro económico y asumieron que el desarrollo vendría automáticamente de la mano del crecimiento.

Salir de esta crisis profunda requiere de visión de largo plazo en la formulación de políticas públicas. Para eso es clave darles continuidad de un gobierno a otro. Sobre eso, escribiremos mañana.