(Foto: GEC)
(Foto: GEC)

Por Manuel Romera Robles

Director Sector Financiero IE Business School

La crisis del coronavirus ha supuesto, en cuantía e intensidad, la mayor caída bursátil de los últimos tiempos en las economías desarrolladas. Esta pandemia ha provocado un desplome mayor en los mercados que los producidos por el 11S (atentado a las Torres Gemelas) o la quiebra de Lehman Brothers. En poco más de un mes de coronavirus, la caída de las bolsas de valores ha sido de media del 32%, frente al 3.5% de media en el atentado de las torres gemelas y el 18% con la quiebra de Lehman Brothers.

Además, en esta crisis, el activo refugio por excelencia, el oro, también ha sufrido una caída de 10%, mientras que en el 11S de 2001 subió un 4.5% en el mes siguiente y en Lehman, un 11%.

Lo único que ha resistido el envite de las bajadas son los bonos del tesoro americano, que han conseguido entre el 4% y 7% de rentabilidad en el mes comentado, en contraposición a la deuda pública de los países europeos, como la deuda pública alemana, en la cual el bono a 10 años ha pasado de cotizar a rentabilidades de -0.8%, a mediados de marzo, a entre -0.1% y -0.3% en los últimos días, con su consiguiente bajada de valor por esas subidas de rentabilidad.

Toda esta debacle bursátil está ocurriendo cuando el mundo va a pasar de un crecimiento esperado del 3.3% para el 2020 a un crecimiento del 2%, siempre que la pandemia se controle en el segundo trimestre del 2020. Si se controlase en el tercer trimestre, será solo del 0.8%.

Según el índice trimestral de sentimiento inversor de Fidelity de marzo de 2020, el Covid-19 afectará a todo el año 2020, mientras que en China y Japón la repercusión será solo para el primer semestre. En cuanto a la reducción de beneficios Japón y Europa serían los más perjudicados, según el mismo informe, y China y Norte América los que menos. El sector salud y el de servicios públicos los sectores que tendrán menor bajada de beneficios.

Este panorama de estancamiento ha provocado una explosión de reacciones de los bancos centrales y gobiernos. En política monetaria, las bajadas de tipos de interés por parte de los bancos centrales han sido un hecho por parte de todos los países que los tenían por encima del 0%, y que, por tanto, podían bajarlos.

La Reserva Federal, en un movimiento sin precedentes y de urgencia, los bajó el 15 de marzo, y de una sola vez, del 1%-1.25% al 0%-0.25%. Además, ha tomado una decisión histórica, consistente en inyectar un QE (Quantitative Easing) infinito en compra de deuda pública y titulizaciones hipotecarias. Toda esta liquidez ha hecho que el balance de la Reserva Federal supere los 4.5 billones de dólares que alcanzó en la crisis del 2008, con la quiebra de Lehman. La mayoría de los analistas considera que incrementará alrededor de otros 2 billones de dólares en esta nueva crisis sin precedentes.

Por su parte el Banco Central Europeo lanzó un segundo paquete de emergencia por pandemias, con compromiso de inyecciones de liquidez por valor de 750.000 millones de euros para adquirir activos de deuda pública y deuda privada.

Pero toda esta batería de dinero desde los bancos centrales no es suficiente sin unos estímulos fiscales adecuados por parte de los gobiernos, tanto para la contracción como para la recuperación económica.

Existe un shock de oferta y demanda a la vez debido a la contracción socioeconómica que produce el cierre de la vida comercial dentro y fuera de los países, y el confinamiento en las casas. Los planes fiscales pretenden proteger los sistemas sanitarios y evitar la quiebra de empresas y la generación de desempleo.

La Organización Internacional del Trabajo ha cuantificado en 25 millones los puestos de trabajo que se pueden destruir por el Covid-19, cifra superior a los 22 millones de personas que perdieron el empleo durante la crisis del 2008. Los gobiernos a nivel mundial han comprometido 3,5 billones de dólares en estímulos fiscales, lo que supone alrededor del 4% del PIB mundial.

Creo que nadie discute que es el momento de quedarse en casa, pero también es momento de gestionar adecuadamente la economía y las finanzas, de las que dependemos nosotros y nuestro sostenimiento como sociedad.

Parece improbable que la recuperación sea en V, seguramente será más en U, pese a toda la prohibición de operaciones en corto que tengamos. El mercado es soberano y vamos a seguir teniendo volatilidad por un tiempo. Lo que hay que intentar no es evitar la recesión, algo que se antoja complicado, sino no llegar a la depresión económica.

Si algo me preocupa de manera profunda es la ingente cantidad de liquidez que se está inyectando en los mercados por parte de bancos centrales y gobiernos para compensar la falta de actividad real de la economía, que posiblemente a la larga pueda causar inflación.

Creo que todos deberíamos pensar que la inflación más peligrosa no es la que tiene crecimiento económico aparejado, sino la que viene del exceso de oferta monetaria, sin generación de riqueza, la gran temida “stagflation”, dicho en palabras llanas: la tentación de darle a la máquina de hacer billetes que parece que todos vemos con buenos ojos cuando lo hacen los políticos para, supuestamente, ayudarnos.

Debemos recordar situaciones históricas, como la de la república de Weimar en Alemania, cuando el marco alemán se devaluó un 100%, o el caso mejicano, que desde 1979 a 1988 perdió también casi el 100% de su valor.

Del mismo modo, el corralito argentino, que en el año 2001 devaluó un 75% el peso por falta de confianza en el dinero y su conversión en valor, o el más reciente caso venezolano, que ha devaluado su bolívar prácticamente un 100% en 2 años, por falta de respaldo económico real en el país con más reservas de petróleo del mundo.

Si se produjese un escenario así, habría que plantearse si es más seguro ser propietario de acciones, que dan propiedad de negocios o deuda de cualquier tipo, que no deja de ser una promesa de pago. En cualquier caso, el tiempo pondrá a todo el mundo en su sitio.