El tráfico es uno de los principales problemas de la capital peruana. (Foto: GEC)
El tráfico es uno de los principales problemas de la capital peruana. (Foto: GEC)

Que sirva este interregno político nacional para darle una mirada a la gestión de las autoridades municipales en el Perú, comenzando por la más importante, Lima. En foros diversos se habla por aquí y por allá de las ciudades del futuro, metrópolis urbanas sostenibles e inteligentes. Pero se habla de ellas como aspiración, como sueño, casi como si se tratara de un tema de ciencia ficción. La realidad, sin embargo, es otra.

Las ciudades del futuro están ya en el planeta tierra, pero en zonas alejadas de América Latina y en zonas remotas desde una perspectiva peruana. Las encontramos en la vieja Europa, en el Asia emergente, en Australia y el norte del continente americano. La mejor de todas —por segundo año consecutivo de acuerdo con el Global Liveability Index del The Economist Intelligence Unit (EIU)— la ciudad de Viena en Austria, seguida de cerca por Melbourne y Sídney en Australia, Osaka y Tokio en Japón, y Calgary, Vancouver y Toronto en Canadá.

En el Perú, treinta años de crecimiento económico casi ininterrumpido no han sido capaces de crear una sola ciudad productiva, sostenible, eficiente, bella desde un punto de vista arquitectónico, donde coexistan las fuentes de empleo con los lugares de habitación y esparcimiento y donde se haya dado una solución integral al problema del transporte.

En el mencionado ranking, por ejemplo, Lima figura apenas en el puesto 80, con un índice de 72.9, casi a 30 puntos del ideal 100. Pero si la situación en Lima es mala, la de las ciudades en el resto del país es aún peor.

En efecto, las ciudades del interior se han convertido en una mala imitación del crecimiento desarticulado y caótico de Lima, en una manifestación de un pasado que se hace dantesco apenas incluimos el caos del transporte —dominado a su vez por la informalidad, el desorden, el peligro constante y la suciedad—. Añadamos ahora la arbitrariedad, el irrespeto al peatón y la corrupción municipal y policial, y entonces comprenderemos porque las ciudades del Perú no figuran en los rankings de ciudades sostenibles, ciudades de futuro o ciudades donde vale la pena vivir.

Paradójicamente, nuestro atraso relativo podría ser una oportunidad. Estamos a tiempo de pensar “estratégicamente” y comenzar a rediseñar nuestras ciudades con visión de futuro, reconociendo la existencia de ciertas tendencias o megatendencias. Entre ellas, el cambio demográfico, la migración y sus efectos, la aceleración constante, impulsada por la información y la tecnología, el individualismo, el divorcio entre dirigencia y ciudadanía, la impaciencia ciudadana frente a servicios públicos de pésima calidad y la creciente aversión a todo tipo de corrupción.

Clave en este rediseño de ciudades con futuro será encontrar —para cada ciudad— su respectivo USP —“unique selling or strategic point”— y este se encuentra o se puede encontrar en la historia, en la belleza de sus paisajes, en lo atractivo de su arquitectura, en sus tradiciones y cultura, en su enfoque al futuro y hasta en el uso o no uso masivo de la tecnología.

Conocer y hacer conocer el USP de la ciudad es el primer paso al futuro. Pero por si sola no basta. Será necesario también adoptar un enfoque estratégico y saber comunicarlo. Planear el cambio. Insistir en crear ciudades con igualdad de oportunidades. Abrazar la tecnología para comunicarse mejor con los ciudadanos, cambiar la forma de proveer servicios públicos de calidad y combatir la corrupción. Y finalmente, este rediseño de ciudades con futuro requiere de un cambio cultural gigantesco: crear, sostener y estimular una verdadera cultura de rendición de cuentas. De esta manera, las ciudades no serán ni accidente ni destino, sino creación heroica de todos los ciudadanos.