Carlos Anderson, Presidente del Instituto del Futuro
Carlos Anderson, Presidente del Instituto del Futuro

Por Carlos A. Anderson

Presidente del Instituto del Futuro

Me parece raro estar celebrando mi cumpleaños número 90, rodeado—bueno, es un decir—de los “hologramas 7D interactivos” de mis hijas, nietos, y biznietos. ¡Y digo raro no por cumplir 90 años! Después de todo, la esperanza de vida en el Perú es hoy la más alta de toda América Latina. Lo digo porque 30 años atrás—en el 2020--celebré mis 60 años con el secreto temor de que probablemente sería el último. Ese año, un coronavirus llamado COVID-19 puso al mundo en pausa y causó terrible daño: cientos de miles de muertos, millones de infectados, y pérdidas económicas de esas que quedan registradas en la historia con el sobrenombre de Gran Depresión.

El Perú no fue la excepción. Más bien por el contrario. Tuvimos un gran plan de respuesta a la crisis, que fue pesimamente ejecutado; y una larguísima cuarentena, que nada hizo por detener la expansión del virus. El COVID-19 nos hizo ver que—en una importante medida--durante los 30 años previos habíamos vivido un espejismo. No éramos el país pujante y arrollador que creíamos ser. No estábamos en el “umbral del desarrollo”. Nuestras históricas carencias fueron puestas todas en evidencia.

Pero entonces, se produjo el milagro. La pandemia finalmente sacó lo mejor que hemos tenido siempre los peruanos: la capacidad para reinventarnos. Comenzamos con un programa que se llamó Make in Perú. Al comienzo fabricábamos pocas cosas, sencillas, eso si con tecnologías de avanzada para la época, como el 3D, y la Inteligencia Artificial. Difícil imaginar entonces que, el auto volador autónomo que me recoge cada mañana para llevarme a tomar el sol con mis amigos de la Asociación de Pensionistas del Perú en el Gran Complejo Turístico del Norte, cerca a Tumbes, ha sido diseñado, fabricado y exportado al mundo por una empresa peruana.

En ese entonces fue clave haber llegado a ciertos consensos. Concordamos que el crecimiento económico en si mismo no era suficiente. Que necesitábamos construir una sociedad más justa y solidaria. Que la salud, la educación y el empleo digno no eran lujos de primer mundo. Que la informalidad y la corrupción eran dos males absolutamente innecesarios. Y que la búsqueda de la felicidad no era tarea de unos pocos—las élites o las clases políticas—sino más bien que se trataba de un reto para el conjunto de todos los ciudadanos. Fue entonces que comenzó nuestro despegue. Hoy—a mediados del Siglo XXI--se nos reconoce como el país mas exitoso de América Latina. ¡Quien se lo hubiera imaginado!