Fondo Monetario Internacional. (Foto: EFE)
Fondo Monetario Internacional. (Foto: EFE)

Jorge Sicilia

Las palabras más repetidas en las reuniones y conversaciones de la semana pasada en Washington han sido: bajo crecimiento, injerencia política, guerra comercial, riesgos a la baja, tipos negativos, inestabilidad financiera, economía verde, incertidumbre, unilateralismo y política fiscal. Todas ellas aparecen en las dos principales publicaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) en estas fechas donde da su opinión y prepara el terreno de la reunión: el informe económico global (WEO en inglés) y el informe de estabilidad financiera global (GFSR).

En el primero, el FMI revisó a la baja del crecimiento global; y estimó un fuerte impacto económico de la guerra comercial entre EEUU y China, que ya pueden ver hasta los más escépticos, dada la fuerte desaceleración en la producción manufacturera y las exportaciones a nivel global. A esta revisión, se une la valoración de que existen riesgos a la baja por temas estructurales -falta de innovación, ausencia de multilateralismo en un mundo con retos globales, como el cambio climático- Además de los riesgos más inmediatos como la inflación baja, el mediocre crecimiento en muchos países emergentes, las tensiones comerciales y el poco margen de maniobra de la política monetaria. El FMI tiene cuidado en dejar claro que valoran como muy positivas las acciones de las autoridades monetarias.

Pero al mismo tiempo, el GFSR concluye que hay vulnerabilidades asociadas a tipos de interés tan bajos, que llevan a los inversores a tomar un riesgo alto. Lo que más les preocupa: la deuda del sector corporativo, unos precios de activos financieros muy elevados, el sector financiero no bancario y, en los países emergentes, la llegada de flujos de capital masivos. Para combatirlo, recomienda el uso de política macroprudencial.

Por lo tanto, en Washington la semana comenzó con unos señores preocupados porque estemos pasando de un mundo de tipos bajos durante mucho tiempo; a otro de tipos bajos para siempre, y en algunos casos, negativos. Porque en ese mundo, todo cambia, como pasa en “Alicia al otro lado del espejo”. Y cuánto más tiempo estemos allí, más difícil será salir.

Pese a todo, también hubo personas que regresaron de las reuniones menos preocupadas que como entraron; no tanto porque sigan confiando en que los bancos centrales profundizarán sus medidas y controlarán el riesgo. Esto sería como confiar en que se pueden ir tapando los pinchazos de las ruedas desgastadas mientras vamos en bicicleta sobre un suelo salpicado de clavos. Y es que, esas políticas tienen, como mínimo, un impacto positivo decreciente y cada vez pueden generar más vulnerabilidades. Si no hemos llegado al límite más bajo posible de los tipos de interés, aquel que resulta contraproducente para impulsar la actividad, sí que hemos podido llegar al nivel que compromete la estabilidad financiera.

Así pues, la narrativa es otra. En primer lugar, se ve otra vez posible una tregua comercial entre EEUU y China, que quitaría clavos del camino, al menos de momento. En segundo lugar, es muy visible el debate de que los bancos centrales están llegando -o han llegado ya- al límite de lo que pueden hacer, lo que lleva a hacer más creíble la posibilidad de que haya más gasto público, por ejemplo en Alemania, el único país que el WEO cita en el prefacio cuando pide una política fiscal expansiva; esto generaría condiciones para elevar el crecimiento y la inflación y pensar que la política monetaria puede tener espacio para darse la vuelta en algún momento.

Para que ocurra, tienen que alinearse los astros en Alemania y que haya, por ejemplo, una situación próxima a la recesión, un posible acuerdo político con socios proclives a negociar un mayor gasto e, incluso, un apetito por la inversión para combatir el cambio climático. Podría ser.

Eso sí, tengamos claro que el escenario positivo duradero descansa en una vuelta a la gobernanza global de cooperación internacional, y no solo en una administración en EEUU que quite algún clavo arancelario en el camino; y que el gobierno alemán encuentre apetito por un gasto fiscal duradero, que ayude a eliminar el riesgo relevante de estar cayendo en la trampa de la liquidez global, de la que sería difícil salir. Otros países europeos grandes tienen menos espacio fiscal, pero EEUU y China también podrían aportar.

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