PorMiguel Jiménez del BBVA Research

La cumbre europea de hace una semana en Salzburgo ha supuesto un choque de realidad para el gobierno británico en sus aspiraciones de obtener el respaldo de los líderes europeos a su plan de negociación del . Tras Salzburgo, las perspectivas de un acuerdo razonable están en mínimos, aunque es de esperar que la situación mejore en los próximos meses -ya que no puede empeorar mucho más-. El interés en ambos lados es llegar a un acuerdo que evite una salida sin pacto en marzo de 2019, pero el entorno político en el Reino Unido es muy complejo, con muchas partes interesadas y varias variables que negociar, lo que hace que los incentivos cruzados sean numerosos y puedan llevar a comportamientos estratégicos. Ahora mismo, las apuestas están en una solución de esquina -segundo referéndum o sin acuerdo- más que en una salida intermedia.

La naturaleza de la relación comercial es la principal variable a tener en cuenta. La propuesta del gobierno británico es un acuerdo que prevé la participación en el mercado único europeo solamente para bienes -no servicios- y sin permitir el libre movimiento de personas. Esto es lo que los líderes comunitarios llevan dos años rechazando como brexit “a la carta”, su principal línea roja en las negociaciones, que ha sido reiterada en los últimos días sobre todo por los dirigentes franceses, pero también por ante los empresarios alemanes. Había cierta esperanza de que la Unión Europea apoyara la propuesta británica, ya que la “carta” era simple -bienes frente a servicios-, pero no ha sido así. Por su parte, los más euroescépticos en (muchos de ellos en el partido de gobierno) rechazan cualquier acuerdo comercial con la UE, mientras que la oposición laborista tiene una posición más alambicada -mantener todas las ventajas asociadas al mercado único, pero sin algunas de sus obligaciones-.

Un segundo tema clave, relacionado con la anterior, es qué hacer con la frontera en Irlanda del Norte. No se puede mantener abierta y hacer controles aduaneros y regulatorios de los bienes de terceros países sin poner barreras entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte. De hecho, las soluciones que se han propuesto son “imaginativas”: basadas en tecnologías aún por desarrollar, y que requerirían tiempo para implementarse. Los intereses de todos los partidos británicos están obviamente en evitar barreras dentro del país -su línea roja-, pero los irlandeses de ambos lados y la UE quieren a toda costa respetar las fronteras abiertas acordadas en los acuerdos de paz del Ulster.

Así las cosas, entran en juego las variables políticas dentro de Reino Unido. En estos momentos el gobierno no tiene la mayoría en el parlamento para aprobar un eventual acuerdo con Europa. Acuerdo que parece difícil de conseguir. La posibilidad de que Theresa May pierda su liderazgo -como desean muchos euroescépticos-, de que haya elecciones anticipadas -principal objetivo de los laboristas-, o de que se celebre un segundo referéndum con dos o tres opciones (salida con acuerdo, sin acuerdo o reversión del ) crea un árbol de decisiones muy enrevesado, que puede dar lugar a comportamientos estratégicos. Quizás el más peligroso gira en torno al referéndum: el deseo de revertir el brexit, compartido por líderes europeos y cerca de la mitad de los británicos, puede llevar a acorralar al gobierno británico desde Europa o desde el parlamento, pero podría resultar también en una salida brusca en marzo. La peor de las alternativas posibles, en una situación que recuerda bastante al dilema del prisionero.

Quedan apenas dos meses para llegar a un acuerdo. La cumbre del 18 de octubre es la fecha prevista para encontrar una solución, pero el presidente Tusk ya ha programado otra posible reunión en noviembre para cerrar el tema. Diciembre es probablemente la fecha límite que permitiría que un pacto en condiciones normales fuese aprobado a tiempo por los parlamentos. Ir más allá supondría soluciones aún más “imaginativas”, como estudiar la prórroga del artículo 50. Mientras tanto, los planes de contingencia para afrontar una salida sin acuerdo en sectores estratégicos como el transporte ya se están tomando más en serio, y no como un arma más de presión en las negociaciones. Un síntoma más de la gravedad de la situación.