En una especie de déjà vu, el Banco Central Europeo (BCE) vuelve a mostrar su incomodidad con la volatilidad del tipo de cambio. Ya lo hizo el pasado mes de septiembre, cuando el euro se apreció hasta 1.20 frente al dólar, propiciando la revisión a la baja de su previsión de inflación y el posterior anuncio de alargar nueve meses más el programa de compra de activos.

Así, cabe preguntarse, ¿qué hay detrás de la apreciación del euro? Y, ¿qué hará el BCE?

Sobre la fortaleza del euro, varias consideraciones. Primero, si algo hemos aprendido sobre las medidas monetarias no convencionales es que, ya sea en su fase de adopción o en su retirada, pueden tener impactos significativos en las variables financieras, particularmente en el tipo de cambio. Entre mediados de 2014 y principios de 2015, en un entorno económico y político más débil e incierto, el euro se depreció frente al dólar desde el 1,36 al 1,05, resultado entre otros de la adopción de tipos negativos y del programa QE (justo cuando la Fed señalaba la retirada de estímulos). La perspectiva de que el BCE esté cada vez más cerca de avanzar en la normalización monetaria es, sin duda, uno de los factores detrás del reciente movimiento del euro. Un elemento que se ha sumado a las sorpresas al alza en crecimiento, el persistente saldo exterior positivo y una menor percepción de riesgo político en la zona euro, contrastando con la incertidumbre que despierta la retórica proteccionista y el mayor déficit fiscal en Estados Unidos. Hay, por tanto, factores fundamentales que dan y seguirán dando soporte la moneda única, para hacerlo converger a su nivel de equilibrio. Y esto no puede incomodar al BCE.

Segundo, el mayor optimismo sobre Europa está propiciando un fuerte apetito de los inversores por sus activos, de forma que el reposicionamiento de carteras está retroalimentando la fortaleza del euro. Este factor, de carácter más financiero, es más impredecible por su propia naturaleza, y podría provocar volatilidad cambiaria – entran en juego valoraciones relativas, o incluso decisiones de carácter especulativo-. Este es un elemento a vigilar, pero forma parte del normal funcionamiento de los mercados.

Y tercero, lo que realmente incomoda al BCE son “otros” elementos, como dejó claro M. Draghi la pasada semana, en referencia a determinadas políticas de comunicación que contravengan los comunicados suscritos en foros internacionales en materia cambiaria. En este sentido, los recientes mensajes de la administración estadounidense en Davos, donde se han mezclado declaraciones contradictorias sobre el dólar con la retórica proteccionista y con la insistencia en reducir el déficit comercial, son motivo de preocupación. No sólo por su impacto en divisas sino porque, en caso de escalar, pueden poner en riesgo el actual status de las relaciones internacionales. Un escenario en el que nadie ganaría, y que no se contempla como central.

¿Qué hará por tanto el BCE? La economía europea ha vuelto a batir las expectativas en el último trimestre, y cerrará 2017 con un crecimiento del 2,4%. La inflación se ha moderado recientemente, pero se prevé una suave recuperación, una vez que se diluya el efecto bajista de la energía (1,5% cierre de este año). La presión desinflacionista de un euro más fuerte podría verse más que compensada por un precio del petróleo más alto, además de por el tirón de la demanda interna. En esa dirección apuntan también las noticias sobre negociaciones salariales en Alemania con un mercado de trabajo sin apenas holgura. De hecho, la maquinaria está lista para señalar el fin de la expansión cuantitativa (QE) y la fortaleza del euro no debería detenerla. De otro modo, el Banco Central Europeo corre el riesgo de quedarse rezagado. Así que la cuestión clave no es lo que hará sino cómo lo hará. Y aquí conviene atenerse a la consigna del gradualismo, respetar la secuencia y asegurarse un perfecto engranaje. Esto es una cuidada y coordinada comunicación de los miembros de BCE, sea cual sea su lineamiento individual. En Europa, a diferencia de Estados Unidos, la salida de los tipos negativos añade un elemento de complejidad al proceso de normalización.

Por Sonsoles Castillo
BBVA Research