La derrota del gobierno Renzi en el referéndum del pasado domingo invita a varias interpretaciones sobre lo que han votado realmente los italianos, y probablemente todas contienen algo de verdad.

La más obvia, pero creo que no del todo convincente en este caso, es la que enlaza este resultado con otros eventos como el referéndum de Brexit y el resultado de las elecciones americanas, y que se supuestamente se prolongaría en el futuro con las elecciones francesas y holandesas, reflejando todos ellos la fuerza de los populismos, el rechazo de las élites y el aumento de las desigualdades económicas como resultado de la crisis. Hay mucho de voto de protesta en el resultado italiano, pero también es cierto que la oposición a la reforma constitucional en Italia era defendida por figuras tan cercanas al establishment como Mario Monti, parte del principal partido gubernamental o por muchos expertos constitucionalistas italianos, que la veían, junto a la ley electoral, inadecuada por concentrar excesivamente el poder en el poder ejecutivo.

Una segunda lectura es la del voto anti-Renzi, o puramente anti-gobierno, que ha sido común a muchos referéndums previos (como el holandés sobre Ucrania, o en los años 90 los referéndums sobre reformas europeas en países como Francia), y que pone en duda las supuestas virtudes de la democracia directa en países donde es raro el gobierno que goce de un apoyo superior al 50% de electorado.

Por último, y esto es quizás lo más importante, el "no" a la reforma constitucional, aunque pueda estar justificado, cierra una ventana a un nuevo intento de propiciar gobiernos más fuertes que pudieran dar un impulso más decisivo a las reformas. En definitiva, el "no" viene a corroborar que la parálisis reformista en Italia es seria y refleja un país que quizás no da suficiente importancia a los desafíos económicos frente a los debates políticos, omnipresentes en los medios italianos. La estrategia de Renzi, tras un período inicial con una reforma moderada del mercado de trabajo –que ha dado buenos resultados en los dos últimos años, aunque sobre todo porque ha estado asociada a subvenciones al empleo- fue centrar sus esfuerzos en una reforma política: ley electoral ya aprobada para la elección del congreso, que da la mayoría absoluta el partido ganador de las elecciones tras una segunda ronda, y reforma constitucional (ahora rechazada) para recentralizar el país y quitar poderes al senado. El objetivo era muy loable –reforzar la gobernabilidad y poder así avanzar después en otros campos- . Pero, al haber fracasado, esta estrategia ha resultado en casi dos años perdidos en un país que, no lo olvidemos, presenta unas cifras económicas que comparan muy mal con el resto de Europa: crecimiento del PIB por debajo del 1%, deuda pública en el 133% del PIB (la segunda más de la eurozona), paro por encima de la media (11,6%) y, sobre todo, una renta per cápita que en los últimos 20 años prácticamente no ha crecido (cuando la de la media the la Unión Europea lo ha hecho en casi un 30%).

Tras el referéndum, las discusiones en Italia se centran de nuevo en la política: cuándo serán las próximas elecciones, y si se harán antes o después de rectificar la nueva ley electoral –que se considera ahora demasiado mayoritaria por casi todos, y que ha quedado coja al no aplicarse al Senado, que mantiene sus poderes tras el resultado del referéndum. Sin embargo, en el terreno económico, las dos tareas más urgentes parecen en vías de solución: la aprobación del presupuesto, probablemente antes de la dimisión efectiva del gobierno Renzi y con objetivos de déficit no enteramente satisfactorios para Bruselas pero relativamente moderados, y la solución de la crisis bancaria, que había sido pospuesta hasta después del referéndum pero que parece en vías de solución parcial, al menos en el corto plazo.

Queda la duda, más importante, de si el gobierno que salga tras las próximas elecciones continuará con las reformas necesarias para potenciar el crecimiento de la productividad, de la participación en el mercado de trabajo (también baja en comparación europea) y la reducción de desequilibrios, que son las claves para un crecimiento más elevado y sostenido de los niveles de renta. Y, en un país donde una parte importante de la población y de los partidos políticos achacan la pertenencia al euro las dificultades para la recuperación económica, queda también la duda de si existe respaldo democrático para estas reformas.

Por Miguel JiménezBBVA Research