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Globalización y tratados bilaterales

Por Julián CuberoEconomista Jefe de Escenarios Económicos de BBVA Research

Hay dos factores clave, no los únicos, en la larga expansión global que terminó con la crisis de 2008-2009. El primero, el aumento de la deuda hasta niveles a la postre insostenibles en las economías avanzadas. El segundo, el dinamismo del comercio internacional de bienes y servicios, que desde mediados de los años 80 crecía a un promedio anual del 7%, tres puntos más que el PIB.

Sin embargo, desde 2008 el comercio crece mucho más lentamente, sólo el 3% con un PIB mundial que se ha frenado menos de un punto porcentual. ¿Ha supuesto la recesión de 2008 un cambio persistente en el proceso de globalización de los intercambios comerciales? La respuesta corta es que no hay evidencia de ello porque hay factores de impacto más profundo; la respuesta larga es el resto del artículo.

La globalización, el aumento de intercambios económicos, es resultado de los avances en el transporte y en la transmisión de información, un proceso de largo aliento. La llegada de la fuerza del vapor al transporte marítimo o del teléfono a la comunicación son ejemplos de eventos realmente disruptivos, cambios estructurales que produjeron efectos permanentes en el dinamismo del comercio.

En todo caso, sí parece que dos elementos que ayudaron en su expansión anterior no lo están haciendo ahora, y no como consecuencia al menos exclusiva de la crisis, a la que sí se puede achacar por ejemplo la menor disponibilidad de financiación.

En primer lugar, el mero desarrollo de China, protagonista del dinamismo comercial previo, hace que su modelo productivo se oriente hacia el consumo interno, facilitando procesos de producción integrados verticalmente en el país. Y el desarrollo China está siendo muy rápido: Si en 2004 China tenía una renta per cápita que era una décima parte de la de Estados Unidos, en 2014 era una cuarta parte.

Un segundo elemento es el de unas políticas comerciales que tienen más difícil lograr reducciones adicionales de tarifas a la importación, ya bajas en general, o sin los incentivos apropiados para llegar a acuerdos multilaterales en el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Estos acuerdos exigen consenso de todos los países para una agenda amplia (desde agricultura a comercio de servicios) y sin posibilidad de "desenganche". Así, la OMT tardó 10 años, de 2004 a 2013, en alcanzar un acuerdo de facilitación aduanera que aún no se ha implementado.

El impulso al comercio puede venir de acuerdos regionales, como la Alianza del Pacífico en marcha desde 2011, o el que se negocia entre la UE y EE.UU. desde 2013 (TTIP, por sus siglas en inglés). De hecho, los acuerdos comerciales bilaterales o de ámbito regional fueron cada vez más numerosos desde comienzos de la década pasada y hasta el comienzo de la crisis. De un promedio de siete acuerdos regionales al año en la década de los años 90 se ha pasado a un promedio de 14 desde 2001.

Los acuerdos regionales recogen el desarrollo de cadenas globales de valor, que van más allá del flujo físico de bienes o de la transacción de servicios y que requieren de más facilidades que la de la tarifa en frontera. Necesitan de un entorno apropiado para los flujos inversores, de libertad de entrada en actividades protegidas domésticamente, de un marco regulatorio no discriminatorio para los inversores extranjeros.

En definitiva, se necesita de unas reglas de juego equilibradas entre áreas económicas distintas. Y estas cadenas de valor, crecientes, son tanto más importantes además cuanto mayor es el desarrollo de las economías. Las economías más desarrolladas son las más complejas por la cantidad de conocimiento incorporado en los muy diversos productos que elaboran y, por lo tanto, necesitan de las mínimas barreras al intercambio, de las mismas reglas de juego para todo su catálogo de productos. Este es el porqué de la negociación entre Estados Unidos y la Unión Europea para alcanzar un acuerdo de libre comercio.

Un asunto importante porque la eliminación de barreras comerciales produce ganancias de bienestar en el largo plazo, mayores cuanto más amplios sean los cambios y los sectores y economías afectados. Esas mejoras reflejarán el ritmo al que seguirá avanzando la globalización económica en el largo plazo, más allá de crisis cíclicas más o menos intensas.