FOTO 2 | DyeCoo. La industria textil utiliza vastas cantidades de agua y productos químicos y produce enormes cantidades de desechos tóxicos, y esto es un problema importante en países como China, India, Bangladesh, Vietnam y Tailandia. Pero la compañía holandesa DyeCoo ha desarrollado un proceso de teñido que no utiliza agua ni otros productos químicos que no sean las tinturas. Utiliza dióxido de carbono "supercrítico" altamente presurizado, que tiene propiedades a medio camino entre un gas y un líquido, y que disuelve la tintura para que penetre hasta lo profundo de la tela. El dióxido de carbono se evapora y luego se recicla y se vuelve a utilizar. El 98 % de la tintura es absorbido por la tela, logrando colores brillantes. Y como la tela no necesita secarse, el proceso toma la mitad del tiempo, consume menos energía y su costo es menor. La compañía ya tiene asociaciones con grandes marcas como Nike e IKEA.
FOTO 2 | DyeCoo. La industria textil utiliza vastas cantidades de agua y productos químicos y produce enormes cantidades de desechos tóxicos, y esto es un problema importante en países como China, India, Bangladesh, Vietnam y Tailandia. Pero la compañía holandesa DyeCoo ha desarrollado un proceso de teñido que no utiliza agua ni otros productos químicos que no sean las tinturas. Utiliza dióxido de carbono "supercrítico" altamente presurizado, que tiene propiedades a medio camino entre un gas y un líquido, y que disuelve la tintura para que penetre hasta lo profundo de la tela. El dióxido de carbono se evapora y luego se recicla y se vuelve a utilizar. El 98 % de la tintura es absorbido por la tela, logrando colores brillantes. Y como la tela no necesita secarse, el proceso toma la mitad del tiempo, consume menos energía y su costo es menor. La compañía ya tiene asociaciones con grandes marcas como Nike e IKEA.

Por Joseba Barandiaran y Luis Díez, economistas de BBVA Research

Como en otros países desarrollados, la economía de España muestra, desde los años 80, una tendencia hacia la desindustrialización y la terciarización. ¿Debe esto preocuparnos? Parece que a las autoridades sí. Al menos los dos últimos gobiernos realizaron apuestas por la reindustrialización, mientras varios ejecutivos regionales mantienen planes que incluyen, como objetivos a alcanzar, la proporción del PIB que debería provenir de dicho sector.

A nivel internacional, el proceso de la industrialización está ampliamente estudiado y presenta un patrón claro que se repite en la mayoría de países. En una etapa inicial, aumentan tanto la proporción del empleo en el total como la contribución del sector al valor añadido bruto (VAB) de la economía. Posteriormente, llega la desindustrialización: el peso relativo de ambos comienza a reducirse, en favor de los servicios. La proporción del empleo industrial tiende a descender más rápidamente que el peso del VAB, al mejorar la productividad aparente. Así, la industria suele asociarse a mayores salarios medios, lo que podría explicar su atractivo para determinadas políticas públicas.

No obstante, en este caso el orden de los factores sí altera el producto: los países que se industrializaron con anterioridad, alcanzaron cotas de empleo y VAB industrial superiores a quienes lo hicieron después. En particular, para ciertos países emergentes (sudamericanos y africanos, fundamentalmente), una investigación del profesor de Harvard Dani Rodrik documenta un fenómeno que bautiza como "desindustrialización prematura”: la pérdida de peso relativo de la industria comienza en cotas cada vez más bajas, cuanto más tardía es la industrialización del país. Es decir, si no eres de los primeros en llegar a la fiesta…, algo te pierdes; las fiestas no duran eternamente y su puerta de entrada parece ser cada vez más estrecha.

¿Ocurre algo similar en España? Un estudio reciente de BBVA Research analiza este fenómeno a nivel de las comunidades autónomas (CC. AA.) y, a tenor de lo que muestran los datos desde 1960, parece que sí. Los dos casos más extremos, Extremadura y el País Vasco, ejemplifican al menos dos cosas que las regiones españolas tienen en común: 1) la proporción del VAB industrial se ha reducido en los últimos años del periodo analizado; 2) el peso del empleo industrial también ha perdido importancia relativa durante las últimas décadas. Sin embargo, mientras que en el País Vasco el peso de la industria llegó a representar alrededor del 40% de su economía, en Extremadura apenas alcanzó al 11% antes de comenzar su paulatino descenso que, con datos a 2016, le ha llevado a rondar una cuarta parte de la actividad económica en el caso vasco, y apenas un 7% en el extremeño.

Además, entre las CC. AA. ocurre algo para lo que algunos economistas han encontrado evidencia a nivel de países: el nivel de renta per cápita actual esta correlacionado con el nivel máximo de empleo alcanzado en el sector industrial… ¡en el pasado! Si el peso de la industria en un país fue relativamente elevado en algún momento de la historia, es más probable que ahora sea rico, pero... ¿ocurre eso hoy? La evidencia agregada a nivel de regiones europeas lo desmiente: ser industrial hoy no lleva aparejado que seas una región rica. Alemania es también un ejemplo de ello.

Por tanto, la apuesta por la (re)industrialización no parece un camino seguro a la prosperidad. Claro que hay oportunidades de negocio asociadas a la actividad industrial. Pero estas son cada vez menos intensivas en mano de obra, por lo que no deberían constituir “la” apuesta, sino “una de las” apuestas. Prematura o no, la desindustrialización es una tendencia general. Algunas regiones llegaron tarde al tren de la industrialización. ¿Alcanzarán el de la terciarización de alto valor añadido?

La Cuarta Revolución Industrial es ya una realidad y, como ocurrió durante la industrialización, las dotaciones de capital físico y, sobre todo, humano determinarán el posible desarrollo de los sectores con mayores salarios y más intensivos en el uso de mano de obra; que ni son los mismos, ni están circunscritos a la industria. Se trata de elevar la productividad. Lo deseable sería no perder el tren del progreso: la digitalización, la inteligencia artificial o el big data pueden ser los altos hornos del siglo XXI.

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