(Foto: BBVA Research)
(Foto: BBVA Research)

Por Miguel Jiménez, economista jefe para Europa de BBVA Research

La fuerte revisión bajista de las previsiones económicas de la Comisión Europea, publicada la semana pasada, tuvo un impacto sustancial en los mercados financieros, que se preguntaban si efectivamente la desaceleración evidente que estamos viviendo puede ser más grave de lo previsto y desembocar en algún tipo de recesión.

La Comisión redujo su previsión de crecimiento de este año del 1.9% al 1.3%, lo que parece mucha revisión en solo tres meses y se asemeja a un cambio completo de panorama más que a un ajuste técnico, si bien es verdad que sus previsiones anteriores eran demasiado optimistas y traían la inercia de un año 2017 excepcionalmente bueno.

Además, la Comisión publicó una proyección del 0.2% para Italia este año (un punto por debajo de sus previsiones del otoño), y ya sabemos que el país transalpino, en recesión técnica en la segunda mitad de 2018, representa un tema muy sensible para los mercados, dado su elevado nivel de deuda pública y la facilidad de los líderes de su Gobierno actual para poner nerviosos a los inversores.

Estas dudas de la Comisión están muy en línea con el pesimismo generalizado sobre la economía global que se impuso desde finales de 2018, y que solo parece haber frenado la Reserva Federal, que salió de nuevo al rescate con un tono mucho más suave. Pero las dudas persisten: ¿cuánto de lo que estamos viendo en Europa es una pausa transitoria y cuánto es permanente? ¿Se está frenando la economía china más rápido de lo que parece?

La tensión comercial irresuelta entre EE.UU. y China explica parte de esa desaceleración y podría dejar de pesar negativamente en primavera si, como parece, ambos países llegan a un acuerdo para evitar una subida adicional de aranceles. La debilidad de Alemania en los últimos dos trimestres no solo responde al parón del sector automovilístico por la regulación medioambiental, sino también a frenazos que parecen temporales en el sector químico, que se deberían estar revirtiendo a principios de este año.

Las protestas en Francia también han supuesto una caída temporal del consumo en una economía que parecía estar comportándose bien. En general, y salvo el caso de Italia, donde los problemas parecen más estructurales, los soportes de la eurozona siguen siendo relativamente sólidos, gracias al crecimiento del empleo, cierta recuperación de los salarios, la política monetaria y fiscal expansivas y la moderación de los precios de las materias primas.

Su crecimiento podría estar en torno al 1.4% este año y también el próximo, ya que el ciclo europeo, mucho más atrasado que el norteamericano, aún no se ha agotado.Otra cosa es el balance de riesgos, que es claramente bajista. A las dudas citadas sobre cuál es la tendencia real de la economía china más allá del impacto proteccionista, se unen los riesgos de que EE.UU. entre en recesión, dado que a lo avanzado de su ciclo económico se va a unir la evaporación de los efectos del estímulo fiscal, probablemente durante 2020.

Y, como es ya habitual en los últimos años, los riesgos políticos y su impacto en la confianza económica son los más prominentes, sobre todo en la eurozona. El debate sobre el brexit se ha complicado más allá de lo imaginable, aunque se puede resumir diciendo que la estrategia del Gobierno británico de forzar las opciones al límite para conseguir aprobar un acuerdo ha incrementado la probabilidad de una salida caótica a finales de marzo.

Casi nadie lo ve como el escenario base, pero es más por la fe ciega en la capacidad de Europa de sortear obstáculos a altas horas de la madrugada que por la evidencia de las negociaciones. El ruido político en Italia continúa, y tras la tregua fiscal con Bruselas ha resurgido la polémica, que en este caso toca a la independencia de los reguladores italianos.

Y cada vez pesa más el hecho de que las próximas elecciones europeas darán lugar a un Parlamento más euroescéptico, más ingobernable, y con un sesgo populista que va complicar la gestión de la futura Comisión, por lo que la última bala de “Europa al rescate” de los problemas comunes puede estar menos disponible en el futuro.