(Foto: Getty Images)
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Arturo Fraile

El Acuerdo de París (Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático de 2015) marcó un punto de inflexión sobre cómo abordar el cambio climático para romper la tragedia del horizonte. La Cumbre de las Naciones Unidas y la Semana del Clima de Nueva York, celebradas esta semana, han servido, entre otras cosas, para evidenciar el consenso generalizado sobre que el impacto del calentamiento global y la transición hacia una economía baja en carbono pueden implicar riesgos significativos para la estabilidad financiera; y que las acciones concretas, y su efectividad, distan de ser satisfactorias para cumplir con los objetivos de la Agenda de Desarrollo Sostenible de 2030, o con la meta de neutralidad de emisiones de dióxido de carbono (CO2) en 2050. Algunos análisis apuntan que la probabilidad de una transición tardía y abrupta empieza a ser elevada.

Desde la perspectiva de la regulación y la supervisión financiera, al menos tres condiciones parecen esenciales para alcanzar las metas anteriores sin provocar disrupciones, ni consecuencias indeseadas para el sistema financiero o la economía real:

  • Un marco que permita una transición ordenada y creíble. Se necesitan claridad y ambición suficiente para internalizar e incorporar adecuadamente el nuevo paradigma en las expectativas y los modelos financieros y macroeconómicos.
  • Un enfoque flexible que considere las diferentes situaciones y velocidades entre países. Que se adapte a las condiciones locales, en línea con el Acuerdo de París, que abrió la puerta a velocidades y requisitos diferentes para países emergentes y desarrollados, según sus capacidades para poder cumplir con sus compromisos -que han de ser creíbles.
  • Datos que aporten valor y divulgación de información útil, para medir, analizar y gestionar los riesgos financieros del cambio climático, y de otras cuestiones medioambientales, sociales y de gobernanza (ESG). Los precios de los activos financieros tienen que reflejar correctamente estos riesgos, para que los agentes puedan tomar decisiones de asignación del capital eficientes. La información sobre las estrategias de largo plazo de las compañías, sus objetivos y el grado de cumplimiento con ellos a lo largo del tiempo es clave.

Por una parte, se han producido algunos desarrollos que apuntan a que estas tendencias pasarán de ser algo voluntario a algo exigido. Entre ellos:

  • El informe de situación de junio del Grupo de Trabajo para la Divulgación de Información Financiera (TCFD), del Consejo de Estabilidad Financiera, evidencia que la información publicada ha aumentado desde 2016. Pero, todavía es insuficiente y se precisa mayor concreción sobre el impacto de los riesgos del cambio climático en las compañías y sobre sus planes para hacerlos frente. En Europa, parece que se podría revisar la Directiva de Información no Financiera para alinearla con las recomendaciones (de divulgación de información) del TCFD.
  • La Red de Bancos Centrales para Ecologizar el Sistema Financiero, y la Autoridad Bancaria Europea, publicaron en abril sus planes para integrar de manera secuencial el cambio climático como fuente de riesgo financiero en el marco prudencial: primero, en la disciplina de mercado (información y reporte); segundo, en la gestión de riesgos y la supervisión; por último, si fuera necesario, en el cálculo de los requerimientos mínimos del capital. El Banco Central Europeo, en su evaluación de los riesgos para 2019, ha incluido los riesgos climáticos por primera vez, y ha anunciado la posibilidad de incorporarlos en las pruebas de resistencia a futuro.
  • Las diez acciones clave del Plan de Acción de la Comisión Europea sobre finanzas sostenibles se están materializando en tres propuestas legislativas de Regulación del máximo nivel: un marco que facilite la inversión a través de una taxonomía que considere qué actividades económicas promueven un desarrollo sostenible; una propuesta para la divulgación de información relativa a inversiones sostenibles y riesgos ESG; y otra para la creación de dos nuevos índices de referencia.

Por otra parte, el tiempo se va agotando y es necesario acelerar para poder cumplir con los objetivos de 2030 y 2050. Ahora bien, el aumento de velocidad ha de permitir la adaptación a las nuevas tendencias financieras globales: la importancia de los temas ESG y su demanda serán crecientes, para los reguladores, los inversores y la sociedad en su conjunto. Entre todos hemos de hacer posible un nuevo horizonte.

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