Por Miguel Jiménez, economista Jefe de BBVA Research para Europa.

Tras un 2017 muy positivo para la economía global, sobre todo por la fuerte recuperación del comercio internacional, los inicios de 2018 auguraban también un buen año gracias a la inercia precedente y a un acoplamiento de los ciclos entre las tres grandes regiones: EE.UU., Europa y China. El país norteamericano acababa de aprobar una reforma fiscal y en febrero lanzó un programa de gasto expansivo que, si bien era considerado innecesario dado el avanzado estadio de su ciclo económico, prolongaría el crecimiento durante varios trimestres más. Europa había superado el temido ciclo electoral de 2017 sin un viraje hacia los extremos y aún presentaba amplios márgenes de crecimiento, con la tasa de desempleo por encima de su nivel natural y necesidades de inversión en varios frentes. China, por su parte, había comenzado en el Congreso del Partido Comunista de octubre de 2017 un giro en su política económica poniendo el foco en la “calidad” del crecimiento más que en la “cantidad”, un eufemismo para centrarse más en los desequilibrios macroeconómicos y en las reformas estructurales y para gestionar un aterrizaje de la economía.

La primera mitad de 2018 respondió relativamente bien a un patrón de crecimiento sincronizado. Sin embargo, pronto comenzaron los problemas con uno de los leitmotivs del año, que ha marcado las relaciones entre los tres grandes y ha sido uno de los mayores focos de incertidumbre: las presiones proteccionistas desde la Administración americana. Desde principios de 2018, la presión sobre China ha ido en aumento, con subida progresiva de aranceles sobre un porcentaje creciente de sus exportaciones a EE.UU., y con amenazas pendientes de aumentarlos aún más (hasta un 25% de arancel sobre más de la mitad de las exportaciones) si no se llega a un acuerdo en marzo de 2019. La presión sobre Europa, con amenaza incluida de elevar los aranceles sobre el sector del automóvil, se frenó con la tregua de junio entre los presidentes Trump y Juncker, aunque las tensiones podrían reaparecer en cualquier momento.

El segundo asunto clave que ha marcado el año 2018 ha sido la normalización de las políticas monetarias por parte del BCE y, sobre todo, de la Fed, que al subir sus tipos de interés para acompañar la evidente mejora cíclica de la economía generó turbulencias en el mundo emergente durante la primavera. Si bien la volatilidad y las tensiones financieras estaban en niveles mínimos y una cierta normalización era más que esperable, el impacto fue considerable en los países con mayores desequilibrios externos, como Argentina y Turquía, aunque la buena noticia fue que no hubo una crisis sistémica en emergentes.

La segunda mitad del año ha dado señales de debilidad. Por un lado, el crecimiento en Europa, que ya se vio a principios de 2018 que no podía mantener el ritmo del año precedente, se desaceleró fuertemente en el tercer trimestre con un freno temporal en la producción de automóviles por la adaptación a los nuevos estándares de emisiones, pero también por la incertidumbre asociada al proteccionismo, la menor demanda desde China, y los problemas irresueltos del brexit y el desafío fiscal desde Italia a la Unión Europea. El gigante asiático ha sufrido una clara desaceleración, difícil de calibrar con sus estadísticas, pero que ha llevado a la aprobación de repetidas medidas de estímulo monetario, de liquidez y fiscales para suavizar la caída. Y, en EE.UU., la reforma impositiva no parece haber generado un impulso de la inversión como esperaban sus promotores, y es posible que el impacto del estímulo fiscal muera antes de lo esperado. Los signos de desaceleración han sido ya visibles en el cuarto trimestre de este año. Y a este menor impulso macroeconómico se une las caídas de las bolsas, sobre todo en países desarrollados, y el efecto refugio en los activos más seguros de los últimos tres meses.

Muchos de estos retos se mantienen también de cara a 2019: amenaza proteccionista, subidas adicionales de tipos de interés de la Fed sin generar tensiones adicionales, resolución razonable del problema del brexit. Todos ellos son factores que pueden intensificar la desaceleración paulatina que cabe esperar como escenario más probable para la economía global en los dos próximos años.