Xi Jinping y Donald Trump
Xi Jinping y Donald Trump

La guerra comercial entre Estados Unidos y China se parece cada vez más a una guerra fría. Los aranceles del presidente Donald Trump, las medidas severas por el supuesto robo chino de tecnología estadounidense y la retórica han derribado décadas de política exterior estadounidense que habían dado prioridad a la cooperación. Mientras tanto, su homólogo Xi Jinping no ha cedido ninguna concesión. Los expertos chinos temen que las relaciones entre los dos países más importantes del mundo hayan llegado a un punto de inflexión.

Por lo general, Trump tiene la culpa (o el crédito, dependiendo desde dónde lo mire) por el deterioro en las relaciones. Pero él no es el verdadero culpable. El hombre verdaderamente responsable es el presidente de China. Xi ha alterado el curso de la política china de tal manera que el enfrentamiento con EE.UU. era casi inevitable, sin importar quién estuviera sentado en la Casa Blanca.

Se puede argumentar que se ha estado gestando un estancamiento durante décadas. Pekín ha mostrado una voluntad mínima de apaciguar las quejas de larga data de Washington de que China ha manipulado su moneda, ha abusado de empresas estadounidenses y ha robado propiedad intelectual. En algún momento, la frustración tenía que desbordarse.

Pero hasta que Xi apareció, los políticos, empresarios y expertos estadounidenses aún podían argumentar que China avanzaba en la dirección "correcta": se estaba volviendo más orientada al mercado, se estaba integrando en el orden mundial liderado por EE.UU. y se estaba abriendo al mundo. Esa evaluación optimista se extendió hacia la etapa inicial de la era Xi. En el 2012, cuando asumió el poder, el presidente era ampliamente percibido como un reformador ferviente. Esa reputación pareció confirmarse un año después cuando apoyó un plan económico que prometía una liberalización más profunda y favorable al mercado.

Luego surgió el verdadero Xi. Su programa reforzó el modelo capitalista de estado de China al apuntar a nuevas industrias para recibir apoyo del gobierno, lo que representó un desafío directo a la dominación económica de EE.UU.

Diplomáticamente, Xi ha fomentado alternativas al orden económico mundial respaldadas por China, con la creación del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura, para competir con el Banco Mundial, y al lanzar su programa Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda.

En términos militares, ha reforzado la capacidad de las fuerzas armadas de China, poniendo a prueba la supremacía estadounidense en el Pacífico. Y en casa, Xi ha convertido al gobierno en una dictadura unipersonal, formando en un estado de vigilancia de alta tecnología para reforzar el control del partido comunista.

Mientras tanto, los intentos estadounidenses de negociar para mejorar el acceso a los mercados, mejorar la protección de la tecnología y otros temas importantes no llegaron a ninguna parte. Xi ha hecho imposible que nadie en EE.UU. pueda afirmar que China sigue avanzando en la dirección correcta.

Tal vez Xi se dejó arrastrar por la complacencia de las anteriores administraciones de EE.UU. que se quejaron mucho, pero hicieron poco. O tal vez asumió que la avaricia estadounidense mantendría a los CEO invirtiendo en China, y a Washington dócil.

Lo más probable es que sus políticas de confrontación sean una consecuencia consciente de su búsqueda de autoridad suprema a nivel local. Un elemento clave en el mensaje de Xi es que restaurará la legítima posición de grandeza de China. La necesidad de triunfos nacionalistas ha llevado a una política exterior y económica demasiado agresiva.

Más aún, la presión de Xi por un mayor control dentro de China ha erosionado la confianza con el resto del mundo. Desde afuera, se teme que Xi haya extendido sus tentáculos a casi todos los aspectos de la sociedad china, obligando a que todo esté al servicio de los objetivos del Estado. Esto aumenta las sospechas de que las empresas y los hombres de negocios chinos –incluso los más prominentes, como Jack Ma, de Alibaba Group Holding Ltd– son posibles amenazas a la seguridad nacional.

La Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda ha caído en una percepción justificada de que no es más que una fachada para expandir la influencia china en el extranjero. Y parece ser sólo cuestión de tiempo antes de que el horrible trato a la minoría uigur de China se convierta en blanco de una acalorada crítica global que hará aún más difícil comprometerse con su régimen.

A su favor, Trump ha despertado a Washington al verdadero peligro de la China de Xi. Pero su postura es, al menos en parte, una reacción a los drásticos cambios que Xi ha provocado.

Eso significa que gran parte de la responsabilidad de componer los lazos recae en el presidente chino. Desafortunadamente, no ha mostrado ningún interés en reflexionar sobre su papel en la inminente crisis internacional. Mientras no lo haga, las relaciones con EE.UU. continuarán deteriorándose, China se encontrará cada vez más aislada y el mundo enfrentará un mayor riesgo de que se renueve la confrontación entre las superpotencias.

Por Michael Schuman

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.

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