Teheran
Teheran

Si bien Teherán se ha visto poco alcanzada por las manifestaciones contra el poder que agitan desde el jueves varias ciudades de Irán, los habitantes de la capital se quejan de su situación económica y piden cuentas al gobierno.

"La vida es verdaderamente dura, los altos precios nos asfixian. Mi marido es funcionario pero su sueldo dista mucho de bastar para que podamos llegar a fin de mes", explica Farzané Mirzaie.

Esta mujer de 42 años, madre de dos hijos, indica que la mayoría de sus familiares trabajan en una fábrica de alfombras de Kashan, a 250 km al sur de Teherán, aunque todos perdieron su empleo hace poco.

"El propietario de la fábrica ya no podía permitirse comprar más hilo para hacer sus alfombras y despidió a todo el mundo. ¿Cómo sobrevivirán?", se pregunta.

Ésta es una muestra más de las dificultades económicas que atraviesa Irán, un país que trata de reponerse a largos años de malos gobiernos y de unas sanciones económicas internacionales que contribuyeron a su estancamiento.

El domingo por la noche, el presidente Hasan Rohani reaccionó a las manifestaciones, que provocaron 12 muertos y comportaron el arresto de cientos de personas, explicando que los iraníes tenían derecho a expresarse pero sin recurrir a la violencia.

"Él dice que la gente puede manifestarse pero nosotros tenemos miedo a hablar. Incluso ahora, tengo miedo de hablarles", asegura a la AFP Sarita Mohammadi, una profesora de 35 años.

'Tendremos que pagar'
Muchos capitalinos mostraron su rechazo a la violencia ejercida por algunos manifestantes, que atacaron bancos, edificios administrativos y símbolos del régimen.

Sara, una estudiante de 26 años, que viste el tradicional chador, defiende la idea del ejecutivo de que las protestas están "guiadas desde el extranjero". Aún así, también tiene la sensación de que las habrían desencadenado "los problemas económicos de la gente".

"No estoy en absoluto a favor de las manifestaciones en las que se vandalizan bienes públicos", puntualiza Shiva Daneshvar, ama de casa de 55 años. "Si algunos rompen las ventanas, tendremos que pagar [su reparación] más adelante", añade.

Sin embargo, todos parecen comprender la frustración que germina en el corazón de la sociedad iraní.

"Creo que a la gente no le gusta vandalizar ni incendiar sitios pero es la única forma de hacer escuchar su voz", justifica Naser Jalaf, un empleado de una compañía petrolera de 52 años, que asegura tener dos hijos en el paro.

Algunos opinan que el país no ha sido recompensado tras haber soportado décadas de dificultades: desde la revolución de 1979 y los ocho años de guerra con Irak en los años 1980, a las sanciones internacionales, levantadas en parte tras el acuerdo sobre el programa nuclear iraní de 2015.

"Tras 40 años [de República islámica], se han dado cuenta de que todas estas pruebas [...] eran en vano", considera Arya Rahmani, un enfermero de 27 años. "Trabajo pero vivo con el miedo a ser despedido mañana", destaca.

Trump 'en su palacio'
El apoyo a los manifestantes del que hizo gala el presidente estadounidense, Donald Trump, despertó sorna entre los iraníes.

Los tuits de Trump son "inútiles", suelta Arya. "Trump vive en su palacio y yo, aquí, estoy detenida. ¿Qué puedo hacer?".

"Habría sido mejor si no hubiera apoyado las protestas", sostiene Naser, que no considera positivo que los grupos de la oposición establecidos en el extranjero hayan apoyado a los manifestantes.

Muchos iraníes sienten gran recelo hacia Trump después de que este decidiera prohibirles la entrada a Estados Unidos, como también hizo con otros países musulmanes, en un decreto que buscaba evitar la llegada de "terroristas", según Washington.

"El Gobierno debería mejorar la situación de la gente hasta tal punto que Trump no se atreva a decir nada más", afirma Mirzaie, lamentando que su país no consiga explotar su potencial económico.

"Nuestro país vale oro", asegura. "Pero no sacamos provecho veradaderamente de lo que tenemos", apostilla.

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