Por Clara Ferreira Marques
El mes pasado, surfistas en la península rusa de Kamchatka comenzaron a quejarse de dolor ocular y quemaduras corneales. Algunos se enfermaron. Pulpos muertos, estrellas de mar y erizos de mar comenzaron a aparecer en la playa. Se veía espuma amarilla desde el espacio.
Funcionarios locales han reaccionado con inusual transparencia al desastre ambiental aunque igual tomó demasiado tiempo que pusieran en marcha investigaciones de amplio espectro. En un país vulnerable a las consecuencias del calentamiento global por sus extensiones y costas congeladas, hace mucho que se necesita una mejor supervisión.
Para Rusia, el 2020 ha sido un año de advertencias climáticas. El derretimiento del permafrost en el Ártico ayudó a desencadenar una fuga en el tanque de combustible que regó 20,000 toneladas de diésel a ríos y terrenos a fines de mayo, lo que provocó comparaciones con el derrame de petróleo de Exxon Valdez en 1989. Para julio, los incendios siberianos habían envuelto un área más grande que Grecia.
La misteriosa muerte de vida marina en el extremo oriental escasamente poblado de Rusia podría parecer de menor escala, pero no es menos grave. Científicos dicen que la contaminación ha matado a 95% de la vida en el fondo del mar en una bahía. La mancha de 40 kilómetros ahora se dirige hacia el sur, hacia Japón.
En Moscú, el ministro de Recursos Naturales y Medio Ambiente, Dmitry Kobylkin, restó importancia al incidente: no fue una catástrofe, dijo, ya que nadie resultó herido. Se adjudicó la culpa a una tormenta. El gobernador de Kamchatka, Vladimir Solodov, ha hecho las cosas considerablemente mejor.
Trajo a investigadores y grupos ambientales, y la semana pasada su Administración se comprometió a publicar los resultados de todos los análisis a medida que averiguan la fuente exacta del problema. Hace actualizaciones en las redes sociales.
Mejor aún, Solodov prometió limpiar un vertedero de pesticidas que inicialmente se consideraba un posible culpable, aunque los científicos ya habían comenzado a sospechar de una floración de algas dañinas —cuando las algas naturales crecen sin control y producen toxinas que son perjudiciasles para la vida silvestre, un fenómeno cada vez más común a medida que se calientan las aguas marinas.
Una reacción fuerte, y de hecho la apertura, son señales útiles, mientras Rusia se enfrenta a desafíos ambientales desde temperaturas árticas récord hasta el problemático legado de degradación ambiental de la era soviética. A principios de este año, el regulador ambiental del país impuso una multa de casi US$ 2,000 millones a la minera MMC Norilsk Nickel PJSC por el derrame de diésel, un monto que la compañía disputa.
Sin embargo, también se necesita prevención, y una mejora en los controles sería un comienzo. Actualmente, esa responsabilidad se reparte entre múltiples autoridades. En el caso de la fuga en el Ártico, los funcionarios locales dijeron que se enteraron por publicaciones en las redes sociales, lo que provocó una reprimenda de Putin. Nornickel niega haber contenido información. En el lejano oriente, los surfistas dieron la alarma.
Falta por establecer con firmeza la causa exacta del desastre de Kamchatka. No obstante, ya está claro que la supervisión fue insuficiente. Aunque ni el vertedero de pesticidas ni el combustible para cohetes almacenado en instalaciones militares cercanas fueran los culpables, nadie pudo aseverarlo rápidamente.
Hay muchas más acumulaciones de estas que están envejeciendo dispersas a lo largo de los lejanos límites oriental y norte de Rusia. Al igual que con los controles de agua y suelo, los activistas dicen que gran parte de lo que se usa para monitorear podría actualizarse y automatizarse —pues mucho es de la era soviética.
Más allá, una estrategia oficial más clara para combatir el calentamiento global, no solo adaptarse al mismo, ayudaría. Si bien las floraciones de algas no son artificiales, son más grandes, más tóxicas y más frecuentes a medida que sube la temperatura del mar. Los comentarios oficiales apenas comienzan a atar cabos en Kamchatka.
Al sufrir las consecuencias de un entorno climático cambiante, habría cosas peores para Rusia que priorizar la economía verde en su enfoque de desarrollo de la vasta región del lejano oriente, en gran medida parte de los proyectos nacionales de Putin destinados a mejorar los niveles de vida y la infraestructura.
Como argumenta Solodov, ayudaría a expandir el turismo. Hasta ahora esos planes han sido más fuertes en retórica que en una inversión genuina y en captar la atención del Gobierno central.
Para los votantes rusos, los errores ecológicos han tenido implicaciones políticas desde hace mucho tiempo: el mal manejo del cataclismo de Chernóbil, después de todo, contribuyó al colapso de la Unión Soviética.
En una encuesta de Levada Center publicada en enero, antes de que se desatara la pandemia de coronavirus, la contaminación ambiental figuraba como la principal amenaza percibida, por delante del terrorismo internacional, la guerra e incluso el cambio climático. Se acumulan las advertencias y ya es hora de que Moscú escuche.