Theresa May
Theresa May

Después de más de 18 meses de negociaciones, ha llegado a casa con un acuerdo para el que representa perfectamente la tensa división de 52-48 que se vio en la votación del 2016. El trabajo de la primera ministra ahora no es hacer que a la gente le guste el acuerdo –a nadie le gusta–, sino convencerlos de que es mejor que cualquier otra alternativa disponible.

El lunes los mercados no se vieron afectados, en gran parte porque el apretón de manos del domingo en Bruselas fue un acontecimiento intrascendente. La verdadera acción se producirá cuando el Parlamento vote el acuerdo en diciembre. Los resultados son totalmente impredecibles, y pueden ir desde que su acuerdo sea aceptado hasta que el gobierno sea derrocado.

Es muy probable que Gran Bretaña tenga que acercarse un poco más al borde del abismo de un Brexit sin acuerdo, y sienta el verdadero pánico, antes de que los legisladores decidan que este acuerdo, o alguna otra opción, es mejor.

La crisis a la que se enfrenta May es, en parte, su propia obra. Llegó a un acuerdo con Europa sin llegar a un consenso en su propio Gabinete y partido. Esperó demasiado para decirle a cada bando que no podía conseguir lo que quería. En cambio, trazó líneas rojas (como el control sobre la inmigración) que parecían satisfacer a los partidarios del brexit, mientras que también prometía a los detractores un comercio "sin fricciones". Ambos, con razón, ven que la propuesta impone dolorosas concesiones.

Ahora se da cuenta de que no tiene mayoría para su acuerdo, ni tampoco hay mayoría parlamentaria para ninguna de las otras opciones. El Partido Unionista Democrático, el pequeño partido de Irlanda del Norte del que May depende para su mayoría en el Parlamento, se opone al acuerdo de la UE y amenaza con retirar su apoyo.

Algunos de sus propios miembros del Parlamento están impulsando un plan B. El ejercicio matemático parece casi imposible.Pero siempre es imprudente excluir a May, quien ha sido notable tanto por su resistencia como por su capacidad para superar los desafíos hasta ahora.

Tiene el tiempo, el cargo y el patronazgo de su lado: el plazo final de diciembre mantendrá el foco de atención, tiene a sus jefes de bancada del Partido Conservador para amenazar y engatusar a los que se resisten, y ya ha repartido los títulos de caballero. Sus llamados al pueblo británico para que apoye el acuerdo fueron un mensaje un tanto solapado a los conservadores de base para que presionaran a sus legisladores a nivel local.

Mientras pasa las próximas dos semanas tratando de convencer sobre su visión del Brexit a una nación cautelosa y cansada, tiene algunas cartas que puede intentar jugar. En primer lugar, cuenta con la ayuda de los "aburridos del Brexit". Segundo, cuenta con que su propio partido haga lo que pueda para mantenerse en el poder. Finalmente, ella apuesta a que ninguna de las alternativas logrará el consenso.

Ese factor no debe ser subestimado. El Brexit ha dominado la conversación nacional durante más de dos años, desplazando cualquier discusión seria sobre otros temas. La economía ya se ha visto afectada. May le dirá a la gente que el acuerdo devuelve un amplio control sobre las fronteras, el dinero y las leyes.

Permitirá al gobierno centrarse en mejorar el Servicio Nacional de Salud, las escuelas y la policía. Ella le dirá a los que quieren abandonar el bloque que tome el "sí" como respuesta, y que permitan que el país avance con el Brexit.

Tampoco se equivoca al apostar por los instintos de supervivencia de su propio partido. El Partido Conservador es más que hábil para ganar y mantenerse en el poder. Los diputados conservadores de las circunscripciones marginales, e incluso los que ocupan escaños más seguros, se mostrarán reacios a poner a prueba el apoyo del electorado en una nueva votación.

May dirá a los diputados que votar a favor de su acuerdo es la mejor oportunidad de mantener al Partido Laborista fuera del poder y de reorientar al electorado hacia cuestiones clave de la política interior.

También se esforzará para tratar de desestimar las alternativas disponibles como callejones sin salida. Crecen los llamados para una segunda votación popular, aunque no está claro qué pregunta podría hacerse al público que contara con la aprobación parlamentaria (tenga en cuenta que los conservadores probablemente vetarían una opción de "permanecer" y los laboristas vetarían una opción de "sin acuerdo").

Aquellos que abogan silenciosamente por estacionar el Reino Unido en una opción a medio camino –a través de la Asociación Económica Europea– tendrán una batalla cuesta arriba. Significaría la continuación de la libre circulación de los trabajadores, a lo que se opone la mayoría de lo que votaron por el Brexit.

Los partidarios de May señalarán que el acuerdo actual prevé un período de transición con libre circulación que podría extenderse hasta 2022, pero que al menos tiene una fecha de finalización definida.

El verdadero problema es que May está tratando de presentar un compromiso profundamente defectuoso a los partidarios del brexit, para quienes no se trata de compromiso ni de economía. Es teológico.

Para algunas partes de su grupo parlamentario, se trata de una lucha existencial que se ha venido gestando durante 30 años. Su respuesta es pasar por encima de ellos, y dirigirse al público y a los legisladores que puedan adoptar una postura más pragmática. Si el apretón de manos del domingo pareció un poco desilusionante, es porque el verdadero drama está por venir.

Por Therese Raphael

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.