La gran esperanza de las décadas de 1990 y 2000 era que Internet fuese una fuerza de transparencia y libertad. Pero no fue así, pues es frecuente que la mala información desplace a la buena. Estados autoritarios se aprovecharon de tecnologías que se suponía reducirían su poder. La información ha sido blandida como arma de guerra. En medio de esta decepción, la naciente era de la inteligencia de código abierto (OSINT) ofrece renovadas esperanzas.
Nuevos sensores, desde las cámaras de dispositivos digitales hasta satélites, que pueden visualizar a través del espectro electromagnético, están examinando el planeta y su población como nunca antes. Y la información que recogen se está abaratando: hace 20 años, las imágenes de satélite valían miles de dólares, hoy suelen ser gratuitas y de muy alta calidad. Con esta herramienta, Human Rights Watch ha documentado la limpieza étnica en Myanmar y nanosatélites detectan el sistema de identificación automático de barcos que pescan ilegalmente.
Sabuesos aficionados han ayudado a Europol a investigar casos de explotación sexual infantil. Y los fondos de cobertura rastrean los movimientos de sus ejecutivos en aviones privados, monitoreados por una red de amateurs en todo el mundo, para predecir fusiones y adquisiciones. En suma, la OSINT fortalece la sociedad civil y la legalidad, y hace más eficientes a los mercados. También puede bajarles los humos a los países más poderosos.
Pese a que el Kremlin lo negaba, el grupo investigador Bellingcat demostró el rol de Rusia en la caída de un avión de pasajeros sobre Ucrania el 2014, usando poco más que un puñado de fotos, imágenes satelitales y geometría básica. Analistas amateurs y periodistas usaron la OSINT para dimensionar los campos de internamiento para uigures en Sinkiang (China). Hace unas semanas, investigadores han detectado que China está construyendo cientos de silos para misiles nucleares.
Tal emancipación de la información promete tener profundos efectos. La naturaleza descentralizada e igualitaria de la OSINT erosiona el poder de los árbitros tradicionales de lo cierto y lo falso, en particular, de gobiernos, sus espías y soldados. La probabilidad de que la verdad sea descubierta eleva el costo de la mala conducta gubernamental. Aunque no pudiese evitar que Rusia invada Ucrania o que China construya gulags, sí expone la endeblez de sus mentiras.
Las democracias liberales tendrán que ser más honestas y los ciudadanos no necesitarán confiar a ciegas en sus gobiernos. La prensa dispondrá de nuevas herramientas para hacerles rendir cuentas. Los códigos abiertos y métodos de hoy hubiesen examinado más de cerca la acusación del Gobierno de Bush, el 2003, de que Irak desarrollaba armas químicas, biológicas y nucleares. Quizás se hubiese evitado la invasión a ese país.
Algunos alertarán que la OSINT amenaza la seguridad nacional, pero si puede revelarle al mundo cosas como la ubicación de sistemas de misiles estadounidenses, eso significa que sus enemigos ya lo saben. Y otros subrayarán que puede equivocarse. Tras el atentado de la maratón de Boston, el 2013, usuarios de Internet escrutaron la escena del crimen y vieron a varios sospechosos, pero resultaron ser inocentes. O que podría ser usada para propagar desinformación o teorías conspirativas.
Pero cualquier fuente de información es falible y el escrutinio de imágenes y data es bastante empírico. Por eso, cuando una OSINT esté equivocada o sea malintencionada, la mejor forma de poner las cosas claras suele ser recurrir a una contrapuesta. Con el tiempo, los investigadores podrán ganar reputación por su honestidad, análisis profundo y buen juicio, lo que facilitará distinguir entre fuentes de inteligencia confiables y charlatanes.
La mayor preocupación es que la avalancha de data detrás de las investigaciones amenace la privacidad individual. La data generada por móviles y vendida por intermediarios permitió a Bellingcat identificar a los espías rusos que el 2020 envenenaron al líder opositor Alexei Navalny. Algo similar con un sacerdote católico, en Estados Unidos, quien renunció el mes pasado luego que su ubicación fuera vinculada con su uso de la app de citas gais Grindr.
La privacidad en una era digital está plagada de disyuntivas. Sin embargo, a nivel de Estados y organizaciones, la OSINT promete ser una fuerza de bien. También es imparable. Antes de la invasión a Afganistán, el 2001, el Gobierno de Estados Unidos tenía la posibilidad de comprar prácticamente todas las imágenes satelitales relevantes, pero ahora no podría porque hay demasiadas disponibles.
Un mundo donde muchas empresas de satélite estadounidenses, europeas, chinas y rusas compiten para vender imágenes es de vigilancia mutua. Es un futuro que las sociedades abiertas serían sensatas si lo aceptan. Herramientas y grupos que pueden descubrir silos para misiles y espías, harán que el mundo sea menos misterioso y un poco menos peligroso. La información aún quiere ser libre, y la misión de la OSINT es liberarla.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021