Carlos Slim
Carlos Slim

El centro "histórico" de la ciudad de México ha sido transformado del vestigio idealista que era a fines de la década de 1990, cuando Schumpeter (nombre que usa el columnista de The Economist) se casó allí. Algunos de sus residentes son los mismos: desafinados músicos callejeros, vendedores ambulantes de tacos de sesos de vaca y cosas similares.

Pero desde entonces muchas calles adoquinadas han sido peatonalizadas y se han restaurado edificios barrocos. Fue un inolvidable telón de fondo para el desfile del Día de los Muertos en la película de James Bond, "Specter".

El crédito por la renovación a principios del milenio es otorgado a dos hombres que siempre han formado un extraño dúo. Son Andrés Manuel López Obrador, un izquierdista mesiánico que es el nuevo presidente de México, y Carlos Slim, un huraño magnate de las telecomunicaciones y uno de los hombres más ricos del mundo. Apenas hablan en estos días, pero sus caminos se han cruzado lo suficiente como para revelar mucho sobre el enfoque de negocios de López Obrador.

Como sugiere la asociación anterior, él no es radicalmente anticapitalista. Sin embargo, el sector privado tiene mucho de qué preocuparse. En menos de 100 días en el cargo, López Obrador, conocido por sus iniciales como AMLO, impone una figura presidencial de confianza.

Su popularidad es muy alta, la confianza del consumidor ha aumentado y los mercados financieros han vuelto al orden desde fines del año pasado, cuando su decisión de cancelar un aeropuerto de US$ 13,000 millones en la Ciudad de México hizo que el peso se desvaneciera. AMLO ha transparentado un presupuesto razonable. Su lucha contra la corrupción y la pobreza tocaron fibra, incluso en Slim. Los inversores extranjeros se están quedando en México, aunque están cuidando su efectivo.

Sin embargo, AMLO muestra a diario una antipatía por la modernización económica como ningún otro líder mexicano en 30 años. Las amenazas se escuchan al amanecer en el centro de la ciudad cuando López Obrador brinda una conferencia de prensa de dos horas sobre un palacio enterrado donde alguna vez reinaron los emperadores aztecas.

Mantiene a los periodistas despiertos con sarcasmo jocoso contra los "neoliberales" y los "fifís" de la clase alta, que fueron los principales beneficiarios de décadas de reformas de libre mercado. En los últimos días, ha subido el tono al atacar las estructuras regulatorias independientes de México. Parece que AMLO no se percató que la razón de su meticulosa creación en los últimos años fue para contrarrestar a Slim y otros magnates.

Para entender lo que está en juego, tome en cuenta la concentración económica casi endémica de México. Hace más de 30 años, cuando este columnista visitó el país por primera vez, era un estado de una sola empresa y de grandes compañías. Pemex, la empresa petrolera propiedad del gobierno, era un monopolio absoluto, al igual que Telmex, la compañía telefónica estatal. Las principales empresas privadas que florecieron tenían estrechos lazos con el partido gobernante.

Los estantes de los supermercados contenían solo una o dos marcas de cualquier cosa. Este fue el final de la era representada en la película "Roma" de Netflix; para los compradores, todo era aún blanco y negro. Luego, en la década de 1990, las cosas se pusieron tecnicolor.

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte produjo una inundación de bienes de consumo. Se privatizaron muchas empresas estatales, siendo Telmex la más lucrativa, que fue vendida a Slim. Sin embargo, el poder económico permaneció concentrado en unas pocas manos, especialmente en telecomunicaciones, televisión y banca. En el 2012, el valor máximo alcanzado en la era del magnate de los negocios, Telmex controlaba el 80% del mercado de línea fija y el 70% de la telefonía móvil. Pero, finalmente, los políticos reunieron valor para enfrentar a Slim.

En los últimos años, los reguladores han impuesto restricciones a su empresa de telefonía móvil por su dominio, mostrando una influencia que nunca antes habían tenido. Hasta que López Obrador llegó al poder, es decir, con una agenda de negocios que, en el mejor de los casos, puede describirse como laberíntica.

Tome como ejemplo su relación con Slim. Después de que AMLO se convirtió en gobernador de la Ciudad de México en el 2000, los dos hombres hicieron causa común sobre el centro de la ciudad, que había dado forma a sus vidas. Para AMLO, el Zócalo, o plaza principal, había sido el lugar donde organizó sus mayores protestas contra el fraude electoral.

Para Slim, era un campo de entrenamiento empresarial. Su padre, un comerciante de origen libanés, compró tierras allí durante la revolución de 1910-17. La primera compra notable de Slim fue la de Sanborns, una cadena minorista cuyo restaurante de azulejos azules es una puerta de entrada al centro.

Su plan para embellecer el corazón de la Ciudad de México involucró a Slim, quien pagó la mayor parte del dinero en efectivo a cambio de poder comprar muchos de los edificios que se beneficiarían con la renovación. Este hecho mostró el interés de López Obrador por hacer tratos con empresarios que podrían ayudarlo políticamente. Desde entonces, su relación se ha vuelto fría, especialmente después de la cancelación del aeropuerto de la Ciudad de México, del cual Slim fue un gran patrocinador. Pero AMLO tiene otros multimillonarios a quien recurrir, como Ricardo Salinas Pliego, cuyo imperio abarca televisión, banca y comercio minorista.

Él es un rival de muchos años de Slim. Recientemente, López Obrador ha profundizado la sensación de inquietud en el sector privado. Ha cancelado subastas para contratos privados petroleros que formaron parte de una reforma de la energía mexicana y puso todo su peso detrás de Pemex, que aún es de propiedad estatal. El 11 de febrero, anunció que su gobierno buscaría la revisión de los problemáticos contratos de gasoductos que la empresa estatal de electricidad había firmado con diversas firmas, incluido el Grupo Carso de Slim.

Tal vez lo más insidioso es que está atacando a los dos principales reguladores de la energía, acusándolos de operar en nombre del sector privado contra las empresas estatales (que era parte de su cometido) y prometiendo "renovarlas". También están sufriendo grandes recortes presupuestarios. Por otro lado, parece estar escogiendo vencedores en los negocios.

El mes pasado, Alejandra Palacios, quien vela por la competencia económica en México, criticó al gobierno por otorgar la administración de proyectos de lucha contra la pobreza a Banco Azteca, sin realizar una licitación competitiva. Su objetivo era el gobierno, no el banco, pero Azteca, que es propiedad de Salinas Pliego, ha presentado una queja formal contra ella. El banco podría sentirse envalentonado por la retórica de AMLO.

Por el momento, el resto del sector privado mantiene la cabeza baja y trata de verse bien ante los ojos del presidente con un trabajo caritativo en favor de los pobres. Pero donde una vez el poder económico de Slim reprimió a México, ahora lo hace el poder político de López Obrador. Eso es igual de preocupante para el libre mercado.