¿Cuándo las crisis económicas tienen efectos políticos desestabilizadores? La ansiedad económica a raíz de la crisis financiera mundial del 2007-09 provocó una reacción política que avivó, por ejemplo, la campaña del Brexit en Gran Bretaña. Cuando fue elegido presidente en el 2016, el ahora ex mandatario Donald Trump obtuvo apoyo clave de la descuidada zona industrial de Estados Unidos.
La Depresión de la década de 1930 trajo consecuencias políticas mucho más devastadoras en Europa. La pregunta parece pertinente nuevamente, en vista del trauma económico y social causado por la pandemia del COVID-19.
Durante la última década, muchos economistas se han interesado por los efectos políticos de las crisis económicas. Un estudio de las regiones europeas después de la crisis financiera encontró que un aumento de un punto porcentual en la tasa de desempleo se asoció con un aumento de 2-3 puntos porcentuales en la proporción de votos capturados por partidos separatistas, por ejemplo.
Sin embargo, establecer cómo un factor causa otro es un trabajo complicado y, a menudo, significa tener en cuenta las sutiles fuerzas sociales. Tres nuevos estudios utilizan el colapso de la democracia en Europa en las décadas de 1930 y 1940 para considerar la interacción entre factores económicos y sociales. La investigación sugiere que las crisis amenazan más a las instituciones democráticas cuando agravan las vulnerabilidades sociales subyacentes.
Un nuevo artículo de Sebastian Doerr del Banco de Pagos Internacionales, Stefan Gissler de la Reserva Federal, José-Luis Peydró del Imperial College London y Hans-Joachim Voth de la Universidad de Zúrich examina uno de los capítulos más oscuros de la historia.
La Depresión permitió el ascenso al poder de los nazis; el partido pasó de recibir solo el 2.6% de los votos en 1928 al 37.3% en 1932. Pero el sufrimiento económico no fue el único factor que empujó a los votantes a respaldar el nazismo. Los autores señalan la crítica importancia histórica de la crisis bancaria que estalló en 1931 y derribó a dos de los prestamistas más grandes de Alemania, Danatbank y Dresdner Bank.
Las ciudades dependientes de los bancos experimentaron fuertes caídas en los ingresos como resultado de las quiebras, de más del 20% durante el curso de la crisis, o unos ocho puntos porcentuales más que la media alemana. Pero si bien la crisis impulsó el apoyo a los nazis en lugares con vínculos profundos con Danatbank, tuvo poco efecto en la votación nazi en aquellos sitios con vínculos más estrechos con Dresdner.
Los autores estiman que la razón es que el director de Danatbank, un judío llamado Jakob Goldschmidt, fue el principal objetivo de una campaña de propaganda nazi que culpaba a los judíos de los problemas económicos de Alemania, mientras que el gerente de Dresdner no lo era.
El colapso de Danatbank se tradujo en mayores logros para los nazis en ciudades con un historial de persecución de minorías judías o apoyo a partidos políticos antisemitas, donde el mensaje de propaganda fue recibido con mayor entusiasmo. La Depresión creó una oportunidad para los extremistas, pero fue la complementariedad entre las dificultades, la narrativa de los nazis al respecto y el fanatismo oculto de las comunidades lo que llevó a Adolf Hitler al poder.
El colapso de la democracia francesa en tiempos de guerra también se debió en parte a las fallas sociales existentes. En 1940 Francia se estaba recuperando de la depresión económica y estaba sitiada por las tropas alemanas. En julio de ese año, el parlamento francés votó para otorgar poderes dictatoriales al mariscal Philippe Pétain, un héroe de la Primera Guerra Mundial, que dirigió un régimen autoritario y colaboracionista.
Pero el apoyo a Pétain no fue uniforme, sostiene un nuevo trabajo de Julia Cagé de Sciences Po, Anna Dagorret y Saumitra Jha de la Universidad de Stanford y Pauline Grosjean de la Universidad de Nueva Gales del Sur. En cambio, sugiere su investigación, la familiaridad con Pétain y su papel en la Gran Guerra parece haber aumentado la susceptibilidad de algunas comunidades a los valores autoritarios.
Los autores señalan que aproximadamente la mitad de la infantería francesa sirvió en la batalla de Verdún entre febrero y abril de 1916, cuando Pétain dirigió las fuerzas francesas allí (otros generales asumieron el control hasta el final de la batalla en diciembre).
En ese momento, los regimientos franceses estaban compuestos típicamente por hombres provenientes de la misma región. Así pues, la experiencia de Verdún expuso a una gran parte de la población de algunas comunidades, pero no de otras, al liderazgo de Pétain. Los autores estiman que quienes lucharon bajo Pétain desarrollaron conexiones personales y de reputación con él que dieron forma a su evolución ideológica.
Las comunidades con soldados que habían servido en Verdún bajo Pétain contribuyeron con un 7-10% más de colaboradores per cápita (y un 8% menos de personas a la resistencia francesa) que otras regiones. Por el contrario, las áreas con tropas que lucharon en Verdún, pero bajo otros generales, no mostraron un aumento significativo en la colaboración.
Las redes de individuos influyentes también parecen haber contribuido al descenso de Italia al fascismo, según una investigación reciente de Daron Acemoglu del Instituto de Tecnología de Massachusetts, Giuseppe De Feo de la Universidad de Leicester, Giacomo De Luca de la Universidad de York y Gianluca Russo de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. El apoyo a los socialistas en Italia aumentó considerablemente después de la Primera Guerra Mundial.
En respuesta a esto, el establishment de centro derecha, temeroso de los socialistas, apoyó a los fascistas de Benito Mussolini. Las élites económicas jugaron un papel importante en la financiación y fomento de este cambio, argumentan los autores; los mayores avances en el apoyo a los fascistas se produjeron en lugares donde los empresarios y rentistas representaban una mayor proporción de la población local.
Resultados como estos sugieren que si las crisis económicas resultan destructivas para las instituciones democráticas depende en gran parte de fuerzas sociales que pueden ser lentas.
Las explicaciones autoritarias plausibles de lo que salió mal pueden influir en la voluntad de los votantes de derribar los sistemas políticos. Lo mismo ocurre con la medida en que las personas influyentes se acogen o se desvían de las normas imperantes. Arreglar lo que está roto debería ser la prioridad de los gobiernos cuando se produce un impacto desagradable, pero el trabajo no termina ahí.
Una recuperación completa también puede requerir una comunicación clara sobre qué salió mal y por qué, y vigilancia ante los esfuerzos por socavar la democracia.