Ha sido un verano feo para Estados Unidos y el dólar. El billete verde cayó más de un 4% frente a una canasta de otras monedas importantes en julio, la mayor caída mensual en una década, mientras que el valor del euro, oro e incluso el bitcoin se disparó. En un año lleno de oscilaciones extremas del mercado, la fluctuación del dólar puede parecer algo común y corriente.
Sin embargo, en un contexto de turbulencia en Estados Unidos, estas oscilaciones han alimentado los temores de que se avecina un reajuste respecto a la hegemonía económica mundial. Una pésima respuesta a la pandemia, una recuperación económica titubeante y una deuda en aumento contribuyen comprensiblemente a esta preocupación por los recursos económicos de Estados Unidos. Pero si hay motivos para cuestionar el dominio del dólar, no es que EE.UU. se esté volviendo menos poderoso económicamente, sino que el orden mundial que construyó parece cada vez más vulnerable.
El estatus de moneda de reserva a menudo se considera una cuestión de fundamentos económicos. Un emisor de moneda de reserva debería desempeñar un papel significativo en el comercio mundial, alentando la formulación de contratos con socios en su moneda. Un papel histórico como acreedor global ayuda a expandir el uso de la moneda y fomenta su acumulación en reservas. También es importante un historial de estabilidad monetaria, así como mercados financieros profundos y abiertos.
Estados Unidos exhibe estos atributos menos de lo que solía hacerlo. Su participación en la producción y comercio mundiales ha disminuido y, en la actualidad, China es el principal exportador mundial. Estados Unidos dejó hace mucho tiempo de ser un acreedor neto del resto del mundo, su posición internacional de inversión neta es profundamente negativa.
Una deuda pública en aumento y un gobierno disfuncional siembran dudas en los rincones del mundo financiero sobre si el dólar es una apuesta inteligente a largo plazo. Y los rumores que sugieren que se avecina el ocaso del dólar frente al euro o el yuan, se hacen más fuertes de vez en cuando.
Los debates sobre un cambio de guardia se ven obstaculizados por la escasez de comparaciones históricas. La sustitución de una moneda por otra como baluarte monetario del mundo moderno se ha producido precisamente una vez: cuando el dólar superó a la libra esterlina. Eso hace que identificar sus factores causales críticos sea casi imposible. Los economistas alguna vez pensaron que los efectos de red hacían que el estatus de moneda de reserva fuera un asunto en el que el ganador se llevaba todo.
Es más atractivo realizar transacciones o mantener ahorros en una moneda que es ampliamente utilizada por otros, lo que le da a las monedas de reserva una ventaja sobre los competidores. El hecho de que la producción de Estados Unidos superó a la de Gran Bretaña ya en 1880, mientras que el dólar no dominaba claramente hasta que se consagró en las instituciones económicas de Bretton Woods más de 60 años después, parecía demostrar que las monedas dominantes no se desplazan fácilmente. Pero la evidencia acumulada sugiere que una revisión de estos puntos de vista puede estar justificada.
En la práctica, las monedas líderes a menudo comparten un papel de reserva con otras. La libra esterlina llevó la batuta antes de la Primera Guerra Mundial, pero todavía representaba no más de dos tercios de las reservas de divisas mundiales a finales del siglo XIX (los marcos alemanes y los francos franceses constituían la mayor parte del resto). Además, el dólar superó a la libra esterlina mucho antes de lo que se pensaba.
A principios de la década de 1920, ya representaba al menos el 50% de las reservas de divisas de las principales economías. El estatus de moneda de reserva puede no ser tan inexpugnable después de todo.
Aun así, los retadores no han logrado derribar al dólar durante décadas. Parte de la explicación es seguramente que Estados Unidos no es tan débil respecto a sus rivales como a menudo se supone. La política estadounidense es disfuncional, pero una zona euro en ocasiones caótica y una China autoritaria inspiran aún menos confianza. Los países del euro y China están cargados con sus propios problemas de deuda y posibles puntos de crisis. El euro ha enfrentado varias crisis existenciales en su corta vida, y el sistema financiero de China es mucho más cerrado y oculto que la norma del mundo rico.
El dominio del dólar también refleja factores que los análisis económicos convencionales a veces omiten: la geopolítica. La libra esterlina gobernó durante un largo período de creciente integración global en el que Gran Bretaña, como potencia financiera, industrial y militar, fue fundamental. La Primera Guerra Mundial puso fin a esa era y la libra esterlina pronto perdió su posición. Compartió el estatus de moneda de reserva con el dólar en la década de 1940, pero en circunstancias muy diferentes a las que prevalecían antes de la guerra. El comercio mundial y las inversiones transfronterizas no volvieron a los niveles de 1913 hasta el último tercio del siglo XX.
No fue solo la superioridad económica estadounidense la que puso al dólar en el centro del orden de la posguerra, sino también su incomparable poder geopolítico, que utilizó para reformar una economía global integrada. Un estudio publicado por Barry Eichengreen de la Universidad de California, Berkeley, y Arnaud Mehl y Livia Chitu del Banco Central Europeo destaca el papel de la política de poder en la elección de divisas.
Al analizar las tenencias de reservas antes de la Primera Guerra Mundial, los autores encuentran que las alianzas militares influyeron en la composición de las reservas. Un pacto, estiman, aumentó la participación de una moneda en las tenencias de reservas de un aliado en 30 puntos porcentuales.
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Por tanto, el papel global del dólar no depende únicamente de la capacidad exportadora y de la solvencia crediticia de Estados Unidos, sino que está ligado al orden geopolítico que ha construido. Su mayor amenaza no es el atractivo del euro o el yuan, sino el débil compromiso de Estados Unidos con las alianzas e instituciones que fomentaron la paz y la globalización durante más de 70 años. Aunque todavía es poco probable, un colapso en este orden parece cada vez menos descabellado.
Incluso antes de la pandemia, el nacionalismo económico del presidente Donald Trump había socavado la apertura y distanciado a los aliados. COVID-19 ha tensado aún más la cooperación global. El FMI cree que el comercio mundial podría caer un 12% este año.
Las cadenas de suministro que se extienden más allá de las fronteras nacionales pueden retroceder en medio de preocupaciones sobre el conflicto económico y la seguridad nacional. Estados Unidos y China parecen estar dirigiéndose hacia una nueva guerra fría.
Aunque el papel económico de Estados Unidos en el mundo ha disminuido un poco, sigue siendo excepcional. Una reconstrucción del comercio mundial liderada por Estados Unidos podría asegurar el dominio del dólar en los próximos años. Un mundo más conflictivo y hostil, en cambio, podría significar el fin de la posición privilegiada del dólar y de muchas otras cosas.